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Amando de Miguel

El nacionalismo lingüístico y otras macanas

La suprema ironía es que los falangistas introdujeron el "¡Arriba España!" del vascuence, idioma en que no se dice "¡viva!" como exaltación sino gora (= arriba).

Fernando se queja amargamente de las restricciones que se colocan sobre el uso del idioma español en algunas regiones españolas. Su lamento se manifiesta así:

¿Qué idea de lo que son los derechos (no hablemos de las obligaciones) tiene una persona que me obliga a hablar en otro idioma distinto al que tenemos en común, y que está sancionado por la Constitución, aludiendo a su derecho a hablar en el idioma que quiere; pues claro que tiene derecho a hablar en el idioma que quiera, ... ¡pero no conculque mi derecho a hacer lo mismo!

José E. Fernández Vidal se queja de lo mismo. Su argumento es sencillo: "Estamos en España y queremos que nuestros hijos se eduquen en español". Para resolver esa espinosa cuestión, don José propone la creación de "un colegio español en Barcelona" y que podría ser financiado por la Comunidad de Madrid. Hombre, más impuestos no. Me sumo a la idea de "colegios españoles" en las regiones donde sea difícil escolarizar a los niños en español, pero que los financie el Estado. Alguna vez propuse que en las capitales catalanas, vascas y gallegas deberían alzarse sendas sedes del Instituto Cervantes. No creo que me vayan a hacer caso.

Aitor Egía (Vizcaya) me escribe un apasionado alegato sobre la cuestión vasca. Me informa que "sin el plácet de Euskaltzaindia [la Academia Vasca de la Lengua] no cabe registrar ningún nombre euskérico en el Registro Civil". Supongo que, si esa potestad la tuviera la Real Academia Española para los nombres en español, se alzarían voces clamando contra el centralismo de los Borbones o de Franco o de Madrid.

Me acusa don Aitor de que yo aplique "la ley del embudo a toda pastilla" al haberme callado la circunstancia de que un antepasado de Loyola de Palacio se cambió el apellido Jáuregui por el de su equivalente en castellano. Pero, hombre de Dios, da la casualidad de que la historia del señor Jáuregui la he comentado aquí; me la contó la misma Loyola sin ningún complejo. Concluye don Aitor (es decir, don Dios, traducido al castellano) con esta advertencia: "Si me permite el consejo, lo que pese a su enfermiza obcecación nacionalista española y pavorosa parcialidad intelectual jamás debiera usted indulgir en pensar, maese Amando, es que los vascongados son de ninguna manera diferentes del resto de los mortales."

Nunca había oído ese verbo indulgir; imagino que será alguna traducción del vascuence. Lo que sí pienso es que los vascongados (sobre todo los nacionalistas de los varios partidos) son algo diferentes del resto de los españoles. La prueba es el fenómeno del terrorismo vasco y otros concomitantes. ¿O es también una "pavorosa parcialidad intelectual" el reconocimiento de ese hecho? Hay otras peculiaridades, como el de la sorprendente industrialización de la ría de Bilbao, que tan bien supo ver ese gran intelectual vasco que fue Ramiro de Maeztu. Al análisis de ese fenómeno he dedicado una monografía recogida en el libro Economía y Literatura, coordinado por Luis Perdices y Manuel Santos (Editorial de El Economista). Prosigue don Aitor desvelando mi "afán de denostar a los vascos porque prefieren referirse a sus localidades con las denominaciones propias y no con topónimos exógenos impuestos por poderes foráneos, sean españoles o franceses".

Yo no denuesto el hecho de preferir los nombres en vascuence. Simplemente recuerdo que la mayor parte de los vascos, durante los últimos 500 años, más o menos, han hablado y sobre todo escrito en castellano. Tengo derecho a criticar el sesgo nacionalista que supone ignorar ese hecho.

Iñigo Martínez-Labegerie (Pest Megy, Hungría) vuelve a la carga con su tema:

Veo que el tratamiento que hace del inglés es impecablemente lingüistico, completamente respetuoso, sin cesión a comentarios retóricos que tiene por jocosos, como suele hacer cuando trata del vasco, ni a valoraciones de indole politica. Ni un solo comentario de esos que le remiten con badulaquerias respecto del euskara que tan diligentemente reproduce.

Francamente, no me reconozco. El sentido de la ironía lo vierto contra el vasco, el castellano o el inglés, según se tercie. Tengo dicho y redicho que hablamos para comunicarnos, pero también para incomunicarnos y para "descomunicarnos", si se me permite el palabro. Don Iñigo me proporciona munición suficiente para lo de "descomunicarnos", gracias a Dios. Agradezco lo de la "impecabilidad" lingüística en mi caso, más que nada porque no me tengo por lingüista. Precisamente el recurso a la ironía permite ocultar las ignorancias, así, en plural, pues son más de una. Los comentarios jocosos respecto al vascuence los tengo vistos en dos de los escritores españoles que más aprecio: Pío Baroja y Miguel de Unamuno. Y ya entre nosotros, añado la ironía de un Jon Juaristi, este sí que es verdaderamente euskaldún, como lo fuera Xavier Zubiri. La suprema ironía es que los falangistas introdujeron el "¡Arriba España!" del vascuence, idioma en que no se dice "¡viva!" como exaltación sino gora (= arriba). Esperemos el próximo libro de Fernando Sánchez Dragó que se va a titular Arriba España, no sé si con puntos de admiración, de interrogación o de asombro.

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