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Amando de Miguel

El oscuro origen de las palabras

Como propietaria de dos preciosas galgas españolas, sé que, cuando las paseo y me cruzo con moros, las miran y admiran diciendo saluki, saluki. Luego me miran a mí con desprecio, por supuesto. ¡Una despreciable mujer occidental con perros árabes!

Miguel Ángel Muñoz Roja quiere saber el origen de las "quintas de reemplazo" en el antiguo sistema del servicio militar. Voy a ver si doy con la explicación. Las quintas fueron el primer sistema de servicio militar obligatorio. Se implanta definitivamente en el siglo XIX, pero contenía tantas exenciones que en la práctica significaba que la mili la hacían verdaderamente los mozos de las clases modestas. Se decía quintar para establecer un sorteo por el que alrededor de un 20% de los mozos llamados a filas (los nacidos en una fecha) entraban en la conscripción. El quinto era también el elevado impuesto por el que un mozo se podía librar de "servir al Rey". Popularmente, los "quintos" eran los soldados de reemplazo, también llamados sorchis. Quizá fuera una adaptación del inglés soldier.

Elizabeth Lynch me ha oído decir por la radio que en el mundo musulmán se trata mal a los perros. Añade un dato que yo ignoraba: "Hay una excepción, los galgos, los salukis y slougis, que sí se usan en los países árabes para cazar en el desierto. Esos son venerados [...] Como propietaria de dos preciosas galgas españolas (rescatadas de sendas perreras en Extremadura), sé que, cuando las paseo y me cruzo con moros, las miran y admiran diciendo saluki, saluki. Luego me miran a mí con desprecio, por supuesto. ¡Una despreciable mujer occidental con perros árabes!". Interesante observación. Añado que los galgos siempre han sido perros de estirpe y ostentación en España. El nombre de esa raza perruna quizá sea porque se creía que provenían de Francia (Galia): canis gallicus. En el Quijote se alude a "galgo" como equivalente de "moro".

Juan José Alcorta me envía un ilustrado correo que transcribo íntegramente por su buen conocimiento del símbolo del laurel.

Es ampliamente conocido el que la ninfa Dafne, que quiere decir laurel en griego, estaba siendo perseguida por el dios Apolo y que huyendo de éste buscó refugio en su padre el dios Teneo, que se había transformado en río, el cual para proteger a su hija de Apolo convirtió a ésta en árbol, en laurel. De ahí que los griegos consideraran al laurel como árbol sagrado y creyeran que el rayo, que procedía del dios supremo Zeus, no podía caer sobre él. Los romanos adoptaron también ésta parte la mitología griega hasta el punto de que Tiberio César, por ejemplo, cada vez que había tormenta se ponía hojas de laurel en la cabeza.

En distintos puntos de España, pero sobre todo en el País Vasco, existe la costumbre de colocar una rama de laurel en la puerta de los caseríos para protegerlos del rayo. La Iglesia Católica quiso cristianizar ésta práctica pagana que llegó a España con los romanos y llevó el laurel a ser bendecido en las iglesias el Domingo de Ramos, como si se tratara de las palmas que recibieron a Nuestro Señor a su entrada en Jerusalen en el inicio de la Pasión y así se hace hoy en día.

El laurel era un símbolo de victoria que lucían emperadores y generales victoriosos en Roma. Significaba que aquel hombre distinguido había sido tocado por los dioses y contaba con su favor. Ese es el sentido que en la Edad Media llevó a poetas y artistas y hombres de ciencias a recibir coronas de laurel y de ahí el verbo laurear (premiar). El Premio Nobel se distingue con una corona de laurel. Curiosamente el laurel es también árbol sagrado de los judíos, que creen que se trata de uno de los árboles del Paraíso. Siempre tiene hojas y está verde, es el símbolo de la eterna juventud.

Algo habrá que añadir a tan interesante juicio, pues el laurel es, sin duda, una planta maravillosa, cuyas hojas dan sabor a todos los guisos. Conviene distinguir el laurel común, de hoja grande y aromática, del laurus nobilis (o laurel de Apolo) de hoja pequeña, con el que se hacían las coronas de los vencedores en la guerra, en los deportes o en las justas poéticas. La hoja de laurel era el logotipo (como ahora decimos) de Lorenzo de Medici con el lema Ita ut virtus (= así es la virtud), es decir, perenne. Los romanos utilizaban la rama del laurel como aspersorio, para rociar los objetos que iban a ser bendecidos y alejar los malos espíritus.

Los griegos celebraban unas fiestas en Tebas cada nueve años en honor de Apolo. El niño que hacía de ministro de esas celebraciones llevaba una corona de laurel. El premio de los juegos en honor de Apolo era también una corona de laurel.

En Roma laureare era "coronar con laurel" (laurus) a los generales victoriosos y laus era "elogio, alabanza en público". Insisto en que me parece evidente la proximidad entre esas voces, incorporadas ya a nuestra lengua y nuestra cultura. El Diccionario etimológico de Roque Barcia asume el parentesco entre laurel y alabanza. En italiano láurea es el doctorado universitario. Nosotros damos la nota cum laude cuando la tesis doctoral es excelente. En español "dormirse en los laureles" significa apoltronarse confiando excesivamente en el éxito alcanzado. De la raíz lau se deriva galardón y lucro.

José Ignacio García Armendáriz (Barcelona) insiste en que no hay ninguna relación entre laurus (= laurel) y laus (= elogio). De la misma opinión es G. Sánchez (Valencia). No me convencen.

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