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Amando de Miguel

El siete de nunca acabar

Creo que podríamos escribir un libro entero sobre la magia del número siete. También es desgracia que digamos "un siete" para indicar una desgarradura en la ropa. Resumo las apreciaciones de los libertarios sobre el particular.

Creo que podríamos escribir un libro entero sobre la magia del número siete con las aportaciones de los libertarios curiosos. También es desgracia que digamos "un siete" para indicar una desgarradura en la ropa. Resumo las apreciaciones de los libertarios sobre el particular.

Ricardo Fraiz hace una objeción fundamental a mi tesis de que el sonido del número siete es parecido en distintos idiomas. Tiene razón don Ricardo. Los idiomas que yo citaba (salvo el vascuence) eran todos de la familia indoeuropea. Sin embargo, don Ricardo añade que el número siete se dice en árabe "sebaa", con la misma <s> silbante que aparece en la familia indoeuropea. Insisto en que la coincidencia quizá esté en que el sonido <s> se asocie naturalmente a la forma de moverse de las serpientes y a la forma de designarlas. De ahí también la voz "silbar", que se reproduce en distintos idiomas. Por alguna misteriosa razón la serpiente y el silbido se asocian a la magia del número siete. No se me ocurre cuál pueda ser la ilación entre todo ello. Es evidente que hay una razón natural, pues el sonido de la <s> se emite de la misma forma en todos los idiomas.

Pedro M. Araúz Cimarra corrige a J.J. Carballal: las plagas de Egipto no fueron siete sino 10. Los círculos del Infierno de Dante no fueron siete sino nueve. En cambio, sí son siete las trompetas del Apocalipsis o los siete sellos de esa obra. Don Pedro Manuel recuerda una película infame, El séptimo sello, que en su día teníamos que decir que era muy buena. Era la norma de la progresía del momento. El médico manchego nos recuerda que en su tierra se dice "le dieron los siete males", para indicar que el sujeto falleció sin diagnóstico claro. Añade otra coincidencia: las siete palabras de Jesús en la cruz. Todos recordamos que el sermón de las siete palabras siempre ha sido un clásico de la oratoria sagrada.

José Antonio Martínez Pons me cuenta el caso del pueblo Molina Seca, a siete kilómetros de Ponferrada. El nombre resulta extraño, pues se trata de un valle húmedo. Por lo visto, en ese lugar había un monasterio benedictino con siete molinos. De ahí que el topónimo pasara a ser "Molina Septa", que con el tiempo se trocó en el actual.

Juan Valentín-Pastrana me envía un artículo científico, "The Magical Number Seven...". Lamentablemente, el contenido de esa pieza nada tiene que ver con lo que indica el título. Es una lucubración estadística que aburre a las piedras. Esa incongruencia entre el título y el contenido de un texto es algo que practicamos todos los escritores con el lícito propósito de atraer a los lectores. Pero a veces esa pirueta se convierte en un salto mortal. En el campo de la Literatura de ficción hay muchos títulos con el número mágico: Las sietes columnas, Siete cuentos, Siete elegías, Siete gritos en el mar, Siete relatos, Siete poemas. Decididamente, el siete vende.

Por otro lado, estos escolios que aquí mantenemos no tienen ninguna pretensión científica ni literaria. Giran en torno a las curiosidades del lenguaje que a todos nos encantan. Los siete niños de Écija tienen más gracia que si hubieran sido ocho o nueve.

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