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Amando de Miguel

El viaje es antes que la arribada

La observación de la realidad nos dice que, para la mayor parte de la gente, el viaje de la vida resulta incómodo y, a menudo, frustrante.

Con mi amigo Gonzalo González Carrascal, mantengo largas parladas internéticas. Esta vez, el estímulo que plantea Gonzalo, es el famoso poema del griego Kavafis, en el que canta el pleno sentido del viaje de Ulises (la "odisea" por antonomasia), a través, del Mediterráneo. Lo que importa es la sucesión de fantásticas hazañas y peligros; menos, la arribada a su patria, Ítaca. Nos entusiasma la idea de la significación andariega del navegante Ulises. En efecto, la vida de uno, con mucha mayor modestia, puede ser contemplada como un continuo viaje simbólico, en el que abundan no pocos lances inesperados. Como era de prever, el comentario del texto literario nos lleva a otros muchos rumbos, a tratar todo lo divino y humano. Esto es a lo que nos conduce la situación del confinamiento de la pandemia. Las palabras viajan por el espacio internético y no necesitan mascarillas.

La exaltación literaria del viaje está, también, en el Quijote o en las aventuras de Robinson Crusoe, dos lecturas que solían encandilar a los niños. Podríamos verla, asimismo, en el rito y mito del Camino de Santiago y, en general, en el cultivo del espíritu deportivo. Para el buen deportista, lo decisivo es jugar, competir, participar; incluso, entrenarse para todo ello. (En el español actual, se ha perdido el reflexivo de "entrenarse"; mala señal). El resultado, ganar al contrario o superar la marca son facetas adventicias para el deportista auténtico. Eso es así porque el largo viaje es la mejor imagen del esfuerzo continuado y la determinación. Luego, en la realidad, el deportista se hace profesional y se evapora, un poco, el sentido de sus hazañas. Pero, esa es otra historia.

Una crítica sí tengo que hacer a esa idea de la vida como un largo viaje con muchas estaciones. Se trata de una concepción elitista (como la de otro poema famoso, "If", de Kipling). No es que el elitismo sea dañino por sí mismo. Todo dependerá de las capacidades y méritos de la minoría en cuestión. Pero, la observación de la realidad nos dice que, para la mayor parte de la gente, el viaje de la vida resulta incómodo y, a menudo, frustrante. Solo se ve recompensando con la llegada a las metas previstas, aunque sean volantes. Nada más común que la mentalidad del jugador de lotería, para quien lo único que le compensa es el resultado de obtener el ansiado premio. Naturalmente, no todos pueden ganar; ese es el atractivo del "juego".

El elitismo se hace merecedor de críticas, cuando lo hace suyo una persona no perteneciente, con naturalidad, a la "clase ociosa". Por eso es típico, como ostentación, de ciertos escritores o artistas, inseguros respecto a su posición social, digamos, objetiva. Así, se comprende que el elitismo sea un producto, esencialmente, literario; sea Kavafis, Kipling o Juan Ramón Jiménez. El lema es "a la minoría, siempre".

Es curioso que el largo viaje de los héroes de ficción se haya democratizado, en nuestros días comerciales, convertido en "paquete turístico". Millones de personas se hacen a la idea de que, al trasladarse de lugar para consumir, festivamente, unas vacaciones, se convierten en trotamundos o aventureros rutinarios. Hace falta mucha imaginación para convertir un paquebote con miles de turistas en el equivalente de la nao de Ulises. No ayuda mucho que tal expedición se designe con la prestigiosa palabra "crucero", como si fuera una travesía de placer en un fulgurante yate particular. En la vida actual, casi todo es sustitución, sucedáneo. La cosa es que sea más barato que el original, y, así, pueda llegar a un gran número de clientes o consumidores. El viaje literario deja de serlo cuando se generalizan las "agencias de viajes". Cabe el consuelo de que son muchas personas las que, ahora, pueden disfrutar. Es la ilusión democrática.

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