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Amando de Miguel

Entretenimientos gramaticales

También quiere saber cómo habría que designar a los universitarios que “no saben casi nada de otras ciencias aparte de la que han estudiado”. Ortega y Gasset los llamó “bárbaros especialistas”. Son una especie de analfabetos instruidos. Los he visto con l

Luis Espeso Gayte (Filadelfia, Estados Unidos) comenta que los verbos meteorológicos también pueden conjugarse en el uso literario. Cita: “Hay personajes cuyas caspas son tan perennes, que nieva allá donde fueren”. Me parece muy bien ese uso personal como metáfora. Pero nada como lo de “Amanecerá Dios y medraremos”.

Clipper Ledgard (Lima, Perú) es profesor de inglés y tiene la duda de si los infinitivos de los verbos son realmente verbos o verboides. Ha hecho la consulta a la Real Academia Española y los inmortales no han sabido responder a esa solicitud. “Por el momento no disponen de diccionarios terminológicos que den cabida a esos campos del léxico”. Pues estamos aviados. Francamente, eso de verboide me parece una paja mental de algún archipámpano gramatiquero. Pero también puede ser mi oceánica ignorancia.

Salvador Cuevas se plantea cómo se puede decir el imperativo del verbo ver con el pronombre “lo”: “veélo” o “velo”. Pues “velo”. Lo mismo que “tenlo”. No suena mucho porque se dice poco.

Fidel Argudo Sánchez me recuerda la norma de la Academia: “Todos los verbos terminados en –uar en que esta terminación vaya precedida de una consonante que no sea C o G han de conjugarse como actuar [yo actúo]. Los demás, o sea, los terminados en –guar o –cuar se conjugan como averiguar [yo averiguo]”. Así pues, concluye don Fidel, hay que decir “yo licuo” o “yo consensúo”. No estoy de acuerdo, con todos los respetos por los inmortales. “Yo licúo”, “yo adecuo” y “yo consensuo” y al que Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Este es un caso en que se impone la santa libertad. El tiempo irá decantando la norma.

Juan de la Fuente intenta corregirme: “Se dice calentador y no calientador, porque los nombres de agente se derivan del infinitivo verbal”. Es claro. Pero hay veces en que esa derivación no es exacta. Ejemplos: conductor (conducir), constructor (construir), durmiente (dormir), habiente (haber), lector (leer), pudiente (poder), sapiente (saber), sintiente (sentir), sonriente (sonreír), valiente (valer). Las leyes gramaticales no son como la de la gravedad; por fortuna.

Yago Campos Losada (Tokyo, Japón) arguye que la razón por la que las palabras que empiezan por el sonido –ue lleven H “tiene su razón estética”. Francamente, no se me alcanza por qué es más estética la H, y además muda.

María Antonia Delgado dictamina que esa H no es caprichosa. Es la evolución de una G: güevos, güesos, etc. además “no son las clases cultas quienes (la) imponen sino la buena gente de a pie”. Me recuerda asimismo doña María Antonia que el adverbio “solo” (= únicamente), de acuerdo con la Real Academia, debe llevar tilde “cuando quien escribe perciba riesgo de ambigüedad”. (Entiendo que sería mejor decir “anfibología”). La cuestión está en que quien esto escribe no suele percibir riesgo de ambigüedad cuando el “solo” va sin tilde. Solo lo habría en alguna charada o juego de palabras, pero en ese caso mejor será seguir jugando.

José Antonio Ruiz-Aragón Muñoz anda buscando la palabra para “el que es más culto y sabe más de una ciencia cualquiera porque la ha estudiado por su cuenta y tiene la buena capacidad de asimilarla mejor que muchos universitarios”. Muy fácil: autodidacto. Se pueden utilizar los dos géneros, autodidacto y autodidacta. También se dice autodidacta con género invariable. Don José Antonio es un autodidacto y a mucha honra. Empezó como cronometrador industrial y acabó sabiendo más que los ingenieros. También quiere saber cómo habría que designar a los universitarios que “no saben casi nada de otras ciencias aparte de la que han estudiado”. Ortega y Gasset los llamó “bárbaros especialistas”. Son una especie de analfabetos instruidos. Los he visto con la toga de catedráticos. Claro que todos somos parcialmente analfabetos. La distinción capital no está entre saber o ignorar sino entre tener o no tener curiosidad por saber.

José Antonio Magdalena (asturiano en Madrid) me señala que el adjetivocuriosoen Asturias tiene un sentido ponderativo. Significa que una persona es atractiva o se comporta con habilidad o primor en sus tareas. Creo que ese mismo sentido se aplica en toda España, pero no deja de ser curioso que la primera acepción que el DRAE da decuriosidadsea “deseo de saber o averiguar alguien lo que no le concierne”. Y todavía peor la segunda acepción: “Vicio que lleva a alguien a inquirir lo que no debiera importarle”. No trae el DRAE la acepción para mí más corriente: “Actitud de intentar averiguar las causas o condiciones de los hechos naturales o sociales”. Es decir, la curiosidad es la base de la mentalidad científica o de avance del conocimiento.

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