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Amando de Miguel

Errores y vacilaciones

Álvaro Ortiz de Zárate me sugiere que haga yo una campaña contra la costumbre del “doble beso mejillero” con que se acostumbran a saludar las mujeres o los hombres a las mujeres. No me uno a esa campaña porque me parece una costumbre simpática.

Son innúmeros los errores que se deslizan en este rincón, más llamativos todavía, porque lo que aquí nos ocupa es el lenguaje. Los hay de todo tipo. A veces no son propiamente errores lógicos o gramaticales sino opiniones encontradas. Empiezo por un disparate que no sé explicar. La semana anterior escribí aquí sobre el estupendo libro de Manuel Seco, Nuevo diccionario de dudas y dificultades (Espasa). Pues bien, el nombre del autor lo puse como "Carlos Seco". No es la primera vez que me pasa. Quiero escribir el nombre de uno, pero pongo el nombre del otro. No conozco personalmente a ninguno de los dos y los escritos de ambos me caen muy bien. Así que no sé qué recoveco de mi subconsciente puede explicar mi equivocación, varias veces repetida. Tendré que planteárselo a mi psicoanalista. Ignacio Frías y Pilar Cortés me han llamado la atención sobre ese lamentable error. Mis padres decían "equivoco", sustantivo, pero ya sé que no está reconocido, ni siquiera por el Diccionario de Manuel Seco y colaboradores. A mí me parece una palabra utilísima. Quiere decir un error involuntario, que no es lo mismo que una falta (culposa), un error (por ignorancia) o un equívoco del lenguaje.

Hay errores que son simplemente leyendas, como suelen ser las falsas etimologías. Por ejemplo, Pedro Manuel Araúz vuelve otra vez sobre el origen de la castiza voz "gilipollas". Por lo visto había en el Madrid de los Austrias un noble llamado don Gil Imón. Tenía dos hijas, que en su tiempo se llamaban "pollas" con toda inocencia. (En casa tengo un libro religioso del siglo XIX que se titula "Conferencias para las pollas"). Cuando el hombre salía con sus hijas, los madrileños decían: "Ahí va don Gil y pollas". De ahí el famoso denuesto madrileño. Me parece una historia tan curiosa como inverosímil. Me atengo mejor a la autoridad de Camilo José Cela, quien atribuye a la palabreja un étimo algo más grosero y auténtico.

José Alberto Torrijos interviene en la polémica que traíamos Juan Ponce y yo sobre la inocencia y la culpa. El asunto es tanto moral como de lógica jurídica. Don José Alberto remacha que "es imposible probar la inocencia de alguien", como es imposible probar que está sana. Me viene a la memoria la cita de Churchill (probablemente falsa pero divertida) de que "la salud es un estadio intermedio entre dos enfermedades, que no augura nada bueno". En el lenguaje forense de los Estados Unidos no dicen que un acusado es "inocente" sino que es "no culpable". Ahí se ve que es imposible asegurar la inocencia de nadie. No sé cómo se las van a arreglar en el Valle de Josafat. Espero el suceso con curiosidad.

Álvaro Ortiz de Zárate me sugiere que haga yo una campaña contra la costumbre del "doble beso mejillero" con que se acostumbran a saludar las mujeres o los hombres a las mujeres. No me uno a esa campaña porque me parece una costumbre simpática. La tendencia actual, por parte de algunas mujeres más liberadas, es a no dejarse besar de esa manera; en su lugar adelantan la mano. Me parece una maniobra de frialdad, de distanciamiento. En cambio, apoyo otra tendencia minoritaria, la de que dos hombres también se saluden con ese ósculo simulado en la mejilla. Comprendo la dificultad de esa práctica, con independencia del sexo. Al menos en mi caso hay mujeres a las que me da una miaja de repugnancia darles el beso "mejillero", como dice don Álvaro. Bueno, pues se aguanta uno. Ese es el coste de la cortesía. En todas estas prácticas de buena crianza no hay error ni verdad. Se hace lo que se estila en cada circunstancia y en paz.

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