La expresión latina significa el que se siente sitiado por casi todos los demás, el que arremete a diestro y siniestro. Ese es Federico Jiménez Losantos (FJL). Desde que me jubilaron me hice el propósito de ponerme a estudiar Filología, una de mis carreras frustradas. A estas alturas voy a empezar por la tesis doctoral. Ya tengo el título: El lenguaje de FJL. He acumulado muchas notas sobre el particular. Aquí solo voy a dar un ligerísimo avance a propósito del último libro de Federico, El linchamiento (La Esfera de los Libros). Me lo he leído de un tirón, como debe ser; aunque no debe de ser corriente por lo complejo que es el texto. Esa voraz lectura me ha servido para averiguar por qué FJL debería estar en la RAE y por qué no está en ella.
Con FJL he compartido muchas fatigas y algunas glorias. Al leer su libro me reafirmo en que participamos de muchas simpatías y antipatías comunes, a veces por distintos motivos. Pero no se tomen mis elogios como halagos interesados, pues en el libro que digo yo no aparezco directamente. Así pues, puedo reclamar alguna objetividad. Otra cosa es que FJL y yo coincidamos en algunas manías léxicas, como decir "la ETA" (con artículo) o el arcaísmo "dizque". Reconozco que esos dos detalles los debí de captar en alguna tenida radiofónica con FJL de director.
El Linchamiento es un texto memorialístico, es decir, muy personal. En este rincón me corresponde hablar del lenguaje de FJL, su forma hermosamente literaria. Y es que el autor es ante todo un poeta. Para entender sus diwaneos literarios ocultos hay que haber pasado por sus primeros textos en la revista Diwan en su etapa barcelonina. Un poeta es el que sabe jugar con las palabras, el que coloca juntas dos palabras que nadie más las casó antes. Un ejemplo, para desdeñar a una jueza, FJL dice "jueza de instrucción que mejor sería de destrucción".
La apoteosis literaria llega a ser sublime en el retrato de algunos personajes, como Javier Gómez Bermúdez, Francisco Vázquez, Enrique de Diego o Alberto Ruiz Gallardón, entre otros. Me recuerda los trazos con los que Goya pintó a Fernando VII, y eso que era su pintor de cámara. Las pinceladas son aquí los adjetivos o los neologismos.
La fuerza de los neologismos de FJL está en que, cuando quiere, se los inventa. No necesita ponerlos entre comillas o en cursiva. Simplemente, es su forma de hablar. Han entrado antes por las ondas. Ahí lo reconocemos por sus muletillas, como esa de "en fin" con la que resume algo o cambia de asunto. Sus seguidores ya saben lo que es prisaico, PRISOE, antenicidio, copecidio, liberticidio, carquiprogre, titiritero, comicastro, teleintelectual, progrez, mediateo. Hace algunos años, en una tertulia de La mañana le hice notar que su invento de "bacigaluparse" ya no necesitaba comillas, pues lo había recogido el Nuevo Diccionario de voces actuales de Manuel Alvar. Realmente, el filólogo se lo había oído ya a FJL. Por la misma regla de tres FJL emplea ahora "intereconomizarse", "buroaguizarse" o "gallardonizar". Habrá que quitarles las comillas.
Recuerdo que el mítico juez William Lynch no era de los territorios salvajes del Oeste americano; pertenecía a la alta sociedad establecida del Estado de Virginia en el siglo XVIII. Su método de ajusticiar sumariamente a los acusados lo practicaron después, en el siglo XIX, los llamados vigilantes (así, en español) de los Estados del Este. Después de la Guerra de Secesión, el lynching contra los negros maleducados fue una práctica típica del Sur. Lo digo para que se entienda plenamente el sentido que tiene el linchamiento en este libro. Se podrá estar o no de acuerdo con la víctima o con el juez Lynch y los vigilantes hodiernos, pero nadie puede dudar de que FJL es un opinionated man. Es el hombre que está dispuesto a proclamar que el Rey va desnudo.