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Amando de Miguel

Glotopolémicas

He dejado reposar por un tiempo la polémica sobre las lenguas en Cataluña por cortesía hacia los lectores. Me llegan cientos de correos sobre el particular, pero casi siempre repiten los mismos argumentos y sentimientos. Sobre todo se repite la cantinela de que “en Cataluña no hay ningún conflicto lingüístico”. Resulta sospechosa tal insistencia cuando tanto abundan los testimonios en contra.
 
Guillem Vallés, hijo de catalán y aragonesa, me envía un cuestionario sobre los derechos y deberes de los que hablan una u otra lengua en Cataluña. No es una cuestión de derechos y deberes como de que la realidad institucional refleje lo que se desenvuelve naturalmente en la sociedad. Ya es extraño que en Cataluña la mitad de la población (más o menos) se exprese corrientemente en castellano y que en el Parlamento de Cataluña todo lo que se diga sea en catalán. El problema no es tanto lingüístico como político. Una parte de los catalanes (digamos el 40%, quizá el 50% o más) no quieren pasar por españoles, e incluso muchos de ellos odian todo lo español. La lengua castellana o española es un símbolo de España, simplemente porque es la única lengua en que se han podido entender los españoles desde hace 500 años. No se da (o se da menos) el odio de los castellanoparlantes a Cataluña y al idioma catalán.
 
El problema es político porque en toda España la minoría de españoles que no quieren serlo y que aborrecen todo lo español influyen en el Gobierno de modo sistemático. De ahí la progresiva eliminación de la bandera española, incluso en actos oficiales y solemnes de la capital de España. No pararán hasta la definitiva eliminación de España, por lo menos de todos sus símbolos. De momento, la liquidación de la lengua castellana en Cataluña a quien más perjudica es a los catalanes todos.
 
Daniel Tercero García, de Barcelona, considera que yo “he dado por zanjado el tema de Cataluña” y que me despreocupo de un hecho grave: que “de España solo va quedando el concepto histórico”. Bien, ya lo he dicho. Lo que no quiero es que el tema (de lo que se habla) de Cataluña se convierta en la tema (manía o insania). Insisto por última vez. La cuestión es más política que lingüística. También los mexicanos se independizaron un día, al grito (tan español) de “mueran los gachupines”. Pero nunca se les ocurrió cambiar su lengua de comunicación por el inglés. Estuvieron a punto de hacer el cambio por el francés a finales del siglo XIX, pero no prosperó. Hoy el idioma español es un signo de identidad de México, como lo es de Cataluña, aunque muchos catalanes estén pensando en “mueran los charnegos”. Los independentistas catalanes son mucho más corticos que los criollos mexicanos.
 
Entiendo que España es también una realidad histórica, como lo es Cataluña y las otras regiones. Nunca en el pasado recibieron ese horrendo título de autonomías. No se puede entender lo que somos sin incluir a los que fueron y a los que serán. Me fatiga tener que recordar una y otra vez todas esas obviedades.
 
También por última vez. Recibo correos insultantes, llamándome de todo, por referirme a la lengua castellana y no a la española. Las llamo de las dos formas según convenga al discurso. No es, pues, ignorancia, mi querido don Alberto Mallofré Sánches-Pantoja.
 
 
 

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