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Amando de Miguel

Historias amables para el verano

Decía Mario Gaviria que una gran ciudad es la que permite tomar clases de húngaro, como ejemplo de un saber exótico y antojadizo. En Madrid no sería difícil encontrar un profesor de húngaro.

Pedro Manuel Araúz Cimarra (Manzanares de la Mancha, Ciudad Real) comenta lo que podría parecer "leyenda urbana", pero que es real. Cuando se programó el vuelo Apolo XIII un día de 1970 a las 13:13 horas, un funcionario de la NASA apostilló que en su organización no había supersticiones. Ya en el espacio, el comandante de la nave John Swigert pronunció la famosa frase "Houston, tenemos un problema". Era un 13 de abril. El problema que reportaba al centro de operaciones de Houston concluyó con el estallido de la nave y la muerte de sus tripulantes. Añado que estamos ante un caso de "sincronicidad", esto es, de suma de casualidades, un término establecido por Jung.

De todas formas, me permito apuntar algunas precisiones. El comandante de la nave no era John Swigert sino James A. Lovell. El vuelo no despegó a las 13:13 sino a las 14:30 hora local. La famosa frase "Houston, tenemos un problema" la pronunció el piloto sustituto John Swigert, quien había relevado a última hora al piloto titular, enfermo de sarampión. La explosión de la nave ocurrió, efectivamente, el 13 de abril, pero no fue a las 13:13 sino a las 21:08 (supongo que siempre será la hora de Florida). Aun así, sigue habiendo un cúmulo de coincidencias en torno al número 13.

Don Pedro Manuel recuerda algunas frases de su experiencia de la mili. El oficial grita a los soldados en formación: "A ver esos de la cola que siempre vais los últimos", o bien "el último en formar a la tercera imaginaria" (la última guardia de la noche). Recuerdo que mi capitán tenía una norma parecida: castigaba sistemáticamente al último que llegaba a la formación. El resultado era el deseado: una hiperactividad de hormiguero.

Iñigo Martínez-Labegerie (Budapest, Hungría) me dice que en no sé qué web se demuestra que "las ciudades mejores para vivir en el Estado español son, probablemente, Pamplona y Bilbao". Dudo mucho de que una cosa así se pueda demostrar, y menos en términos de probabilidad. Primero, en el Estado español no hay ciudades, solo organismos y entes públicos. Segundo, en España sí hay muchas ciudades donde se vive bien. Yo he residido en San Sebastián, Barcelona, Valencia y Madrid; en todas ellas la vida es muy agradable. San Sebastián es para mi la ciudad más equilibrada del mundo, aunque reconozco que la ciudad con más peso urbano es Sevilla. Claro que, para hermosura urbana con una escala humanísima, Salamanca y, modestamente, Zamora. Pero nada como Madrid, o mejor, su alfoz, para una vida buena, con grandes servicios cercanos. Decía Mario Gaviria que una gran ciudad es la que permite tomar clases de húngaro, como ejemplo de un saber exótico y antojadizo. En Madrid no sería difícil encontrar un profesor de húngaro. La gran ventaja de la sociedad madrileña es que no distingue bien a los nativos de los foráneos. Por ejemplo, en Bilbao o en Pamplona (entre otras muchas ciudades), el puesto de alcalde debe corresponder por necesidad a un nativo. En Madrid esa condición no tiene por qué cumplirse. Pero la cuestión de en qué ciudad se vive mejor me parece un tanto pueril. Todo depende de las circunstancias, posibilidades y apetencias de cada uno.

Miguel A. Taboada, impenitente recopilador de historias, me envía la siguiente, que traduzco del inglés y sintetizo: "Es el caso de un judío ruso que quiere emigrar a Israel [se supone que antes de 1989]. El comisario local lo llama para hacerle algunas preguntas:

–¿Le hemos permitido el derecho a reunirse en la sinagoga?
–No puedo quejarme.
–¿Le hemos dejado vivir en paz con los otros judíos?
–No puedo quejarme.
–¿Le hemos permitido viajar libremente por el país?
–No puedo quejarme.
–¿Le hemos permitido el derecho a enseñar la Torá a sus hijos?
–No puedo quejarme.
–¿Le hemos permitido ejercer su profesión?
–No puedo quejarme.
–Entonces, ¿por qué quiere emigrar a Israel?
–Es que allí sí puedo quejarme."

Obsérvese, una vez más, que la clase de humor está en la polisemia de las palabras y de las frases.

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