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Amando de Miguel

La democracia y sus mitos

Parece mentira que haya que escribir sobre la significación de la democracia, pero es necesario, tantos son los mitos que la envuelven.

Parece mentira que haya que escribir sobre la significación de la democracia, pero es necesario, tantos son los mitos que la envuelven.
GE

Parece mentira que haya que escribir sobre la significación de la democracia, pero es necesario, tantos son los mitos que la envuelven. Si hay algún acuerdo racional es precisamente el de la democracia: "Un hombre, un voto". No es decir mucho. Hasta hace poco ese "hombre" se interpretaba como varón, y encima lo llamaban "sufragio universal". Tampoco es que hayamos llegado a la culminación de la igualdad. En la España actual no se discute que en unas elecciones se queden sin poder votar los enfermos de los hospitales, los internos de las cárceles o de las residencias de ancianos. Nadie protesta por tal ominosa discriminación. Digan lo que digan, en la práctica muchos españoles residentes en el extranjero se quedan sin votar, queriéndolo hacer. Puedo dar fe de ello.

La gran discusión en España es porque la ley electoral (por cierto, anterior a la Constitución) no recoge bien el espíritu democrático. La enemiga son las famosas listas cerradas. Hay que sustituirlas por listas abiertas, donde se puedan tachar nombres. Pero en 1936 hubo listas abiertas y aquello fue un desastre; naturalmente, por otras razones. Lo que prueba mi tesis. La verdadera democracia no se alcanza porque exista una u otra ley electoral, sino porque se logre una cultura cívica, de la cual en España nos encontramos todavía algo lejos. Es decir, la democracia plena se consigue más por usos y costumbres que por leyes. La mejor prueba es el Reino Unido, que ni siquiera cuenta con una Constitución escrita.

En una sociedad tan propicia a "la oligarquía y el caciquismo", las listas abiertas propiciarían todavía más el peso de los señores de presión (que ni siquiera son grupos). Sin embargo, pocos mitos políticos habrá tan generales como las famosas listas abiertas. Lo que ocurre es que las listas cerradas exigirían unos partidos políticos con más democracia interna y más responsabilidad. No me refiero a las primarias (otro mito que ya he tratado), sino a la ética de la responsabilidad.

¿Por qué se le da tanta importancia en España a la ley electoral? Muy sencillo. Porque, desde Galdós, esta es una "nación de abogados". Es raro que se discutan públicamente los temas políticos si el firmante o el interviniente no son licenciados en Derecho. Pero la vida es más amplia que el Derecho. Está bien llegar al Estado de Derecho, pero importa más el estado de libertad.

Otra figura mítica es la suposición de que con la democracia se asegura el fin de la corrupción política. Aquí es más fácil demostrar su falsedad. Seguramente, en estos últimos tiempos ha habido más democracia en España que nunca; también hemos padecido más corrupción. Es cierto que ya no hay pucherazos en las elecciones. Pero resulta alarmante el hecho de que la carrera política sirva sobre todo para enriquecerse. Me ahorro citar nombres.

En todo lo anterior supongo que la democracia es una cuestión de grado. El mínimo es que el acceso al poder se realice pacíficamente mediante elecciones regulares. Por ahí vamos bien en España, pero nos falta un gran trecho para conseguir que la cultura cívica se instale entre nosotros. Avanzaremos poco mientras subsista otro mito: el de que la democracia es una cuestión binaria, existe o no existe. Pues no, señor. Hay muchos países democráticos en el mundo (no todos, ni mucho menos), pero con grados muy diferentes de cultura cívica. En España no hay que reformar la ley electoral, ni la Constitución, para conseguir que avance la democracia. Todavía no es corriente entre nosotros una atmósfera de libertad para expresar las distintas ideas. Lo impiden los oligopolios en los medios y la querencia autoritaria en la práctica cotidiana. Otro vicio es la llamada disciplina de voto de los partidos.

En España

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