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Amando de Miguel

La emulación, una rara virtud

La sociedad española se muestra propicia a todo tipo de envidias. Pero resulta raro el cultivo de una virtud que se deriva de la envidia: la emulación.

La sociedad española se muestra propicia a todo tipo de envidias. Sin embargo, resulta raro el cultivo de una virtud que se deriva, con suerte, de la envidia: la emulación. Es un término muy poco utilizado en castellano. Se prefiere el equivalente de espíritu de superación, aunque tampoco se prodigue mucho. Todo lo que sea admirar, imitar, copiar a un modelo, se presenta más bien con un sentido despectivo.

En ocasiones, la envidia puede desembocar en emulación. Es el despliegue de la voluntad y el amor propio para comportarse como un modelo lejano, que sirve de guía y estímulo constante. Repito que se trata de una virtud poco cultivada en España, y así nos va.

En los textos educativos antiguos se insistía en la idea de la admiración por los santos, los sabios, los artistas, los escritores, los científicos o inventores, ciertos profesionales. En los textos escolares más recientes se dedica poco espacio a los ejemplos de conducta que pudieran atraer la atención de los alumnos. Las autoridades educativas miran con desconfianza la educación de la excelencia, como si fuera una especie de insoportable elitismo, poco menos que oligárquico. En todo caso, en nuestro tiempo y espacio, funciona un modelo nefasto: el individuo que se enriquece en pocos años y más bien apoyado en el trabajo de los demás. Este es el rutilante papel de los start ups, y eso por el lado más amable. El más insoportable sería la secreta admiración que provoca el pelotazo en el ambiente financiero y político. Menos mal que el deporte profesional se ha convertido en una buena escuela de emulación, pero también se impone la figura del éxito como equivalente de hacer mucho dinero. La condición ansiada es que sea antes de llegar a la madurez.

La base de la virtud de la emulación está en despertar en los jóvenes el espíritu de curiosidad y en satisfacer el ansia de creatividad. Por desgracia, ambas vías educativas se hallan cegadas en los actuales planes de estudio de la enseñanza obligatoria. Tampoco creo que sean objetivos para la mayor parte de las familias.

El espíritu de curiosidad se satisface o, mejor, se mitiga con los dispositivos electrónicos, que nos contestan inmediatamente a cualquier pregunta. La curiosidad es algo más: consiste en entretenerse en averiguar, por uno mismo, el porqué de las cosas. Recordemos el fascinante cuento de Alicia en el País de las Preguntas (que así puede traducirse Wonderland). En el peor de los casos, la curiosidad se ha degradado como averiguación de las intimidades de los famosos; es decir, el cotilleo. Resulta increíble la gran reserva de espacio que dedican los medios de comunicación a tal menester. Será porque lo demanda la audiencia.

El ansia de creatividad permanece viva en la minoría de algunos artistas y escritores, pero no es una virtud que se premie mucho. Hemos llegado al punto en el que las tesis doctorales de los docentes se pueden adquirir en el mercado por un precio asequible y sin ningún sentido de culpa. Cierto es que España es ya un país industrial. Sin embargo, tómese como ejemplo la fabricación de automóviles. Todas las empresas del ramo importan sus diseños del extranjero. Aquí se fabrican (y se exportan) por millones de unidades. La razón es que los salarios son más modestos que en los países centrales. El momio no durará mucho.

La emulación y sus equivalentes (amor propio, espíritu de superación) son incompatibles con el vigente repertorio de creencias impuesto por el sistema educativo: no se premia el esfuerzo. Al contrario, lo de destacar sobre los condiscípulos se considera un elitismo insoportable, incompatible con el valor de la (falsa) igualdad. Incluso los exámenes clásicos (reducidos hoy a simplicísimos test) o las notas clasificatorias se perciben como algo nocivo. No es de extrañar, después, la general incompetencia de los que mandan.

En España

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