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Amando de Miguel

La macedonia española

Sería de agradecer que los pancatalanistas dieran alguna idea que no fuera un exabrupto.

Juan José Garaeta (Málaga) me envía una bonita historia que más parece un cuento. Transcribo lo fundamental. “Mi suegro (q. e. p. d.) era gallego de Bergondo, ayuntamiento cercano a La Coruña. Viviendo en Málaga, de donde soy natural, quedó su esposa embarazada, y quiso tener un hijo gallego, pro lo que mi suegra parió en La Coruña a la que hoy es mi esposa, e inmediatamente la trajeron a Málaga, donde se ha criado”. Total, que su mujer se siente muy gallega, viajan siempre que pueden a Galicia, se han construido una casita en Bergondo, pero no hablan gallego. El problema es que todos los papeles sobre la casa se los envían a Málaga solo en gallego. “Solo las comunicaciones para pago de impuestos vienen en un correctísimo español, ese idioma andaluz que tan mal pronuncian los castellanos”. Don Juan José ve ahora lo útil que es disponer de un idioma común. De lo contrario “volvemos a los castros celtas”.

En otra comunicación, don Juan José define así su identidad: “Malagueño de natura (por tanto, andaluz del  Reino de Granada), hijo de padre madrileño y de madre manchega, y descendiente de vascos por rama paterna, de gente de Logroño y Castilla por parte materna, y con apellidos italianos, catalanes y aragoneses en mis primeros ocho, para no pasar de mis abuelos, o no soy hijo de nadie, o soy, lo que es más verdad, hijo de todos. España no es una pared de azulejos que se han ido uniendo con el pegamento de la Historia. Es un muro de la mezcla de la piedra, la tierra y el agua. Unida, ya no pueden, ni el agua, ni la tierra, ni la piedra, separarse”. Así se habla. Me queda clarísimo por qué somos (o éramos) una nación.

Domingo Manuel Sande García (Noya, La Coruña) se alegró de la facilidad que le daba su médico de cabecera para relacionarse con él por internet. Pero “solo en gallego”. Añade compungido: “Y lo peor de todo, don Amando, es que esto no lo puso la Xunta desde que manda Touriño; no, esto ya lo habían puesto así cuando gobernaba Fraga… ¿A quién vamos a votar ahora?”. Añado que todos estos problemas babélicos se derivan del mismo principio erróneo: que las lenguas son de los territorios, no de las personas.

José Antonio Martínez Pons (Mallorca, Baleares) se convierte por un momento en sociolingüista. Escucha una cuarentena de conversaciones por las calles más transitadas de Palma de Mallorca. Hace la estadística de andar por la calle: 35 conversaciones en castellano, 6 en mallorquín y ninguna en catalán. Sin embargo, observa que los rótulos están en catalán, que asimismo es el idioma en el que se da la enseñanza. “Los locutores de las emisoras locales se esfuerzan en disimular nuestra forma autóctona de hablar” (el mallorquín). Interesante observación.

Rafael Manzano me cuenta algunas historias referidas al “tema catalán en los hospitales” de Barcelona. En su simplicidad son patéticas: “Mi abuela tuvo una recaída de un infarto al corazón y el médico de urgencia que vino a visitarla no fue capaz de hablar en castellano. A mí me tuvo que traducir mi novia las palabras que yo no pude entender. En otra ocasión fui a visitar a la abuela de mi novia, de 93 años y aquejada de pecho, al Hospital Clinic de Barcelona. La enfermera no pasó al castellano a pesar de decirle a esa señora en dos o tres ocasiones que no le entendía. Finalmente tuve que traducir yo las indicaciones que sobre la comida le hacía la enfermera a la abuela de mi novia”. Ahora se comprende todo ese tiberio de la investigación sobre las historias clínicas de los hospitales de Cataluña para ver en qué idioma están escritas. Y luego protestan los del Gobierno catalán cuando se les llama “nacionalsocialistas”.

Óscar Prats, después de algunas gracietas sobre lo del catalán y el castellano, me anima: “Espero con ansiedad ver las iniciativas para potenciar el castellano. Espero que no sea enviar los tanques de su amigo Boadella”. Ahí va el decálogo de iniciativas para potenciar el castellano que he sugerido al alcalde de Zamora:

  1. Coordinación e impulso de las actividades de enseñanza del español para las personas que no sean castellanoparlantes. Incluirían a muchos vascos y catalanes.
  2. Organización de talleres literarios como ayuda para los centros de enseñanza.
  3. Cursos de español elemental para inmigrantes extranjeros.
  4. Cursos de retórica moderna (expresión en público) para empresas y asociaciones de todo tipo.
  5. Impulso a las investigaciones históricas y filológicas. Incluiría el estudio de hablas y dialectos.
  6. Edición crítica de clásicos olvidados.
  7. Archivo de fuentes biográficas (memorias, “historia oral”) para el conocimiento de la Historia común.
  8. Clubes de lectura en torno a las bibliotecas y con la colaboración de casas editoriales.
  9. Coloquios con autores.
  10. Constitución de “barrios de las letras” (escritores invitados a pasar un año en Zamora con el compromiso de escribir un libro).

Como verá, don Óscar, nada de tanques, ni de inmersiones, ni de defensas.

Jordi Ainaud me confiesa que “pese a las discrepancias ideológicas (soy simpatizante de Esquerra Republicana, ¡figúrese usted!) recomiendo a mis alumnos de Traducción de la Universitat Pompeu Fabra que lean su columna, a falta del añorado Lázaro Carreter. Vale la pena leer una aportación amena sobre los entresijos del español”. Muchas gracias, colega. De paso, don Jordi me proporciona un dato que corrige mi apreciación sobre Pompeu Fabra. El insigne lexicógrafo, aunque publicó su Diccionari en 1932, en 1912 había publicado ya su Gramática catalana. Ese dato se acerca más a la idea que yo tenía sobre la normalización del catalán en la época modernista. Añade don Jordi otro dato interesante: “Cataluña es, después de Madrid, la comunidad autónoma que acoge a más estudiantes universitarios extranjeros, a los que no parece importarles mucho el presunto provincianismo que usted denuncia”. Si usted lo dice, don Jordi, será verdad. Mi idea era que Navarra y Salamanca tenían una proporción más alta de estudiantes extranjeros que Cataluña, pero puedo estar equivocado. Naturalmente, hay que ver el porcentaje, no los números absolutos. Para toda España esa proporción es harto miserable.

Pablo Fernando se define como “nacionalistas y pancatalanista”. Me acusa de tener una “visión unitaria y excluyente de España”. Argumenta que “escribir artículos en los que se afirma que uno no puede escolarizarse en castellano [en Cataluña] es ser un ignorante o un mentiroso”. Bien, ahí queda la afirmación del pancatalanista. Yo sostengo que deben ser preservadas todas las lenguas que hablan los españoles. Últimamente hay que agregar el árabe. Pero esa acción no debe ser desplazando el castellano, pues es el único idioma común que tenemos y además es de comunicación internacional. “Planetaria”, que diría la ministra de Cultura. El modelo puede ser Irlanda. Decidió que su independencia era compatible con la conservación del gaélico y con el fomento del inglés como idioma común y de alcance internacional. Esa decisión ha sido un éxito económico y cultural extraordinario. Las colonias americanas se independizaron de España y elevaron el español a idioma nacional. De haber seguido con los idiomas indígenas, desplazando el español, no habrían tenido más remedio que pasar al inglés. Esas son las opciones realistas para Cataluña. Lo de apelar al “franquismo” para calificar las ideas de los otros es un recurso un tanto borde, dicho en sentido coloquial. Sería de agradecer que los pancatalanistas dieran alguna idea que no fuera un exabrupto.

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