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Amando de Miguel

La maldición de la guerra civil

Diríase que la actual democracia española no es más que la guerra civil con otros medios, incluidos los de comunicación.

Diríase que la actual democracia española no es más que la guerra civil con otros medios, incluidos los de comunicación.
Arco de la Victoria de Madrid | EFE

Es sabido que, en todo el mundo, la guerra civil española de 1936 supuso un formidable estímulo para los intelectuales o los que aparentaban serlo. En España, ese acontecimiento tuvo tal fuerza, que pervive hasta hoy mismo en la confrontación de las ideas políticas. Es como una maldición: el espantajo de la guerra civil continúa vivo en nuestro país. Eso es así, a pesar de que, en el último siglo, ha sido la nuestra una de las naciones que más se ha transformado en otros muchos órdenes. Da igual. Los españoles hacemos todo lo posible por revivir la lucha a muerte entre las "dos Españas", enfrentadas hasta el paroxismo en 1936; "los hunos y los otros", como dijo Miguel de Unamuno. La cosa venía de lejos. Hace más de dos siglos, Mariano José de Larra señaló que "este país es el de los exabruptos".

No es algo espontáneo, sino cultivado desde el poder. Actualmente, funciona, por ejemplo, una ominosa "ley de memoria democrática", por la que se fomenta el ansia de los iconoclastas por derrumbar los símbolos de los que se alzaron contra el Frente Popular de 1936. Resultó que triunfaron los nacionales o franquistas, pero la "memoria democrática" trata de reescribir la historia. Se propone, nada menos, hacer como si la guerra la hubieran ganado los rojos o republicanos. No es de ahora; la absurda pretensión empezó a funcionar en los amenes del franquismo y siguió con la llamada Transición. A saber, había que hacer un continuo duelo por el fusilamiento de Federico García Lorca por los nacionales, y silenciar el de Ramiro de Maeztu por los rojos. La estatua de Francisco Franco, en los Nuevos Ministerios de Madrid, se sustituyó por la de Francisco Largo Caballero. Los dos Franciscos personificaron los respectivos bandos de 1936.

La imposible pretensión de la "ley de memoria democrática" es que la guerra civil la habrían ganado los republicanos. A veces, las fantasías se realizan. El Gobierno actual de España es la viva reencarnación del Frente Popular de 1936: la triple alianza entre socialistas, comunistas y separatistas con un parecido fanatismo.

Bien, ahora, España es, felizmente, una democracia. Pero, manifiesta el curioso matiz de que, en las Cortes, son legales ciertos partidos políticos, que no intentan representar a todos los españoles. Expresamente, encarnan, solo, a una parte territorial de ellos: los vascos, los catalanes, los navarros, los de Cantabria, los de Teruel, etc. Es una dinámica más propia de la confrontación de 1936, solo que, por fortuna, sin violencia. Diríase que la actual democracia española no es más que la guerra civil con otros medios, incluidos los de comunicación.

El caso liminar es el de Bildu (que, en vascuence, significa algo así como "convento"). No, solo, representa a los vascos, sino a los terroristas vascos de la ETA; ya, es particularismo. Aun así, se convierte en socio del Gobierno de España y lo más probable es que acceda al Gobierno de la Comunidad Autónoma Vasca, con manifiestas pretensiones de independencia.

Lo peor es que, en la España de hoy, resucita el espíritu de odio y exclusión, que caracterizó el planteamiento de la guerra civil. Para la izquierda gobernante, todos los demás son "fachas", esto es, exterminables. No se espere que el amasijo gubernamental se sienta a gusto con los símbolos de la nación española, la bandera y el himno. En la práctica, solo, se evocan en los actos militares y los de un partido minoritario, como Vox. Ya, es desgracia que lo "nacional" sea, solo, una parte de la nación. El error lo estableció el bando franquista en la guerra civil y, ahora, revive.

Resulta extraño que ningún Gobierno socialista se haya atrevido a demoler el Arco de la Victoria (de los "nacionales"), sito en la Moncloa de Madrid. Precisamente, fue ese el único lugar en el que las fuerzas republicanas, con la ayuda de las "brigadas internacionales" (básicamente, comunistas), lograron contener el ataque de los franquistas. Esa misma excepción nos avisa del carácter vacilante que tiene, ahora, la confrontación de los dos bandos de la guerra civil. En la historia, uno no puede saltar sobre su propia sombra. A la sociedad, no le es posible seguir viviendo mucho tiempo de ficciones, por mucho que el carácter colectivo de los españoles sea tan propicio a la fabulación. Definitivamente, lo nuestro es la literatura.

Ante tantas tensiones políticas, la tentación de los españoles todos sería seguir el consejo de los catalanes: pleguem. En castellano, no existe un verbo para dejar, gozosamente, de esforzarse en la tarea que corresponda (la feina).

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