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Amando de Miguel

La política del desdén

viene a ser el aspirante ingenuo y desasistido al que se le debe un voto de confianza o por lo menos de curiosidad.

"No hay mayor desprecio que no hacer aprecio", razona el pueblo. Es decir, el desprecio siempre contamina; es mejor sustituirlo por el simple desdén. Bien vale el argumento (ahora se dice "relato") porque los españoles de todos los tiempos, adornados con las ínfulas de la pureza de sangre, siempre han estado dispuestos a mirar por encima del hombro a los advenedizos.

El esquema llega hasta el momento presente con la panoplia de los partidos nacionales. Los partidos nacionales establecidos (PSOE, PP, Ciudadanos y Podemos) se reparten el bacalao como si fueran los cuatro palos de la baraja. Hasta ahora se habían organizado muy bien para repartirse el jugoso pastel del poder. Pero, de repente, se topan con la sorpresa de un quinto comensal que no había sido invitado: el monosilábico Vox. Su color corporativo es el verde de los olmos en primavera. Les molesta alojarlo en la tradicional dicotomía de derecha-izquierda, tan cómoda como poco científica. Empiezan de consuno a ejercer la maniobra del menosprecio con el desfibrilador de la propaganda pagada por el contribuyente. Para ello apelan a la etiqueta despectiva de "extrema derecha" con que califican a Vox. No es casualidad que sea la que normalmente se asigna a los terroristas. Tal asociación conduce al sambenito de Vox como un partido "violento", y no hay más que hablar. Lo curioso es que la escasa violencia política que se muestra hoy en España se ceba precisamente contra los voxeros. Llama la atención que tales agresiones nunca son condenadas por los cuatro partidos establecidos; vergüenza habría de darles.

Los peperos se muestran sobremanera altivos con los voxeros. Solicitan sus votos para que pueda gobernar el PP, nacido para ello. Mas no se trata de un pacto sinalagmático, pues solo Vox está obligado a colaborar sin contrapartida alguna. Es más, el PP se permite el desplante de proclamar que, en las provincias poco pobladas, las papeletas recalcitrantes de Vox serán votos tirados a la basura, al no haberlas ofrecido al PP, que las habría aprovechado mejor. Es lo que llaman "voto útil", estratagema indecente donde las haya. O quizá sea despecho al intuir que la antigua preeminencia de la corriente del PP como única derecha (ellos dicen centro-derecha) hoy es trifásica.

La arrogancia suprema por parte de los partidos nacionales establecidos es la de ignorar olímpicamente que existe Vox. Así, algunos Gobiernos locales se permiten el desplante de negar a Vox la utilización de los locales públicos para sus actos de propaganda electoral. Eso es también corrupción. La inesperada consecuencia es que los voxeros se despliegan en la plaza pública y así se hacen más visibles.

Todas esas maniobras de segregación consiguen un efecto bumerán. Es decir, al final suponen una inesperada cantera de votos para Vox. Los voxeros típicos pertenecen a algunas de estas tres conductas previas: a) votaban al PP y ahora lo consideran corrupto o decadente; b) votaban a algún otro partido y se sienten desengañados de la actual situación de la democracia en España, o acaso de lo mal que van las cosas en el empleo y todas esas cosas; c) no votaban porque partían de la presunción de que todos los partidos son igualmente miserables, o simplemente pasaban de la política. Así que Vox viene a ser el aspirante ingenuo y desasistido al que se le debe un voto de confianza o por lo menos de curiosidad.

Si mi razonamiento anterior fuera correcto, la consecuencia es que Vox va a obtener una proporción de votos muy superior a la que han venido anticipando las encuestas al uso. Pongamos que bien podría estar en torno al 20%. Si se quedara por debajo de ese techo especulativo, habría que reconocer lo efectiva que habría sido la política de desdén practicada por los partidos establecidos y sus terminales opináticas. Si superara el mágico 20%, la conclusión sería el cumplimiento de la profecía del efecto bumerán. No sería la última vez que se cumpliera la famosa ley sociológica de mi maestro Robert K. Merton sobre "las consecuencias no anticipadas de la acción social".

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