El progreso tiene sus pros y sus contras. Por tanto, habría que hablar también de contragreso, que no tiene que ser necesariamente negativo. Es claro, por ejemplo, que el desarrollo y la modernización de las sociedades actuales suponen una pérdida notable de puestos de trabajo. Son los que se relacionan con la producción material de bienes. Sin embargo, es creciente el número de empleos que se derivan de actividades de servicios públicos y privados, incluidas las dedicaciones del voluntariado. Un ramo rozagante es el de la seguridad en todas sus variadas formas. Las fuerzas armadas se orientan fundamentalmente a labores de seguridad dentro o fuera del país, a veces en misiones de rescate o salvamento con ocasión de catástrofes naturales de toda índole. Junto a los militares (ahora, todos profesionales), proliferan multitud de cuerpos y equipos de policías, guardas, supervisores, inspectores, agentes, socorristas, vigilantes, guardaespaldas, escoltas, etc., cuya misión es protegernos, evitar todo tipo de accidentes o delitos. Las empresas dedicadas a los seguros y la protección en todos los terrenos experimentan un auge extraordinario. Las hay que se especializan en asegurar que los propietarios de pisos puedan cobrar puntualmente los alquileres. Es ingente la cantidad que hay que pagar para que los fármacos, los alimentos y todo tipo de productos ordinarios se presenten en buenas condiciones de seguridad. Vivimos en constante amenaza latente por toda suerte de enemigos, sin excluir los meteoros.
Los vehículos actuales se diferencian de los antiguos no tanto porque alcancen más velocidad o sean más eficientes, sino porque extreman hasta el escrúpulo las condiciones de seguridad.
El uso de los infinitos aparatos electrónicos que nos acompañan como la misma ropa de vestir rebosan de contraseñas, claves y otros dispositivos para evitar los fraudes, los robos y otros inconvenientes. Lo mismo pasa con las cuentas bancarias, las tarjetas de compra y otros documentos. Al utilizar la pantalla del ordenador se nos avisa insistentemente de que debemos solicitar los servicios de una empresa que nos graba las debidas copias de seguridad de nuestros textos. En definitiva, vivimos atosigados por la sospecha de que el mundo se halla compuesto de delincuentes.
La malla urbana está sembrada de cámaras más o menos disimuladas que registran nuestros movimientos. Son innúmeras las alarmas que se sitúan en los modernos edificios de oficinas y también en los domicilios particulares de alto copete. Son muchos los aparatos y dispositivos que incorporan válvulas de seguridad para evitar accidentes o percances de todo tipo. La palabra emergencia se utiliza por doquier para que tomemos precauciones o estemos atentos a lo imprevisto. Las líneas rojas funcionan real o metafóricamente en muchas formas de negociación; son un aviso de que al traspasarlas entramos en la zona de máxima inseguridad. Todo ello nos indica que es necesario vivir sobresaltados.
La seguridad social respecto a la sanidad es ya universal y compatible con la proliferación de muchas empresas privadas con el mismo fin de preservar nuestra salud. El llamado ‘Estado de Bienestar’ equivale a una gigantesca empresa de seguros, en la que los beneficiarios somos todos los habitantes del país.
Todo lo anterior confluye en la idea obsesiva del futuro inquietante en todos los aspectos de la vida. Por cierto, qué ingenioso fue el que inventó el seguro de vida para designar lo que tendría que ser el seguro de muerte, como el que existe de incendios, de paro, etc.
En definitiva, la actual preocupación por la seguridad se deriva de una obsesión previa y más general, a saber, la que produce el hecho de desconocer lo que nos va a deparar el futuro. Hay todo un género literario, la mal llamada ‘ciencia ficción’, que juega con el atractivo de tal ignorancia. El próspero negocio de los juegos de azar, loterías y apuestas se basa en el extraño placer que supone el intento de adivinar el futuro.
La exaltación de la voz seguridad llegó a su cenit en el lenguaje público con el pacto del Gobierno con Esquerra Republicana de Catalunya. En lugar de mencionar la Constitución, acudieron a la paráfrasis de "seguridad jurídica".