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Amando de Miguel

La tenida del Manifiesto de los 2.300

Cabe imaginar que Cataluña pueda llegar a ser independiente. En ese caso lo racional sería que mantuviera el castellano como idioma de comunicación regular (en los negocios, la vida oficial, la enseñanza, etc.), o bien que se pasara al inglés o al francés

El pasado día 12 de marzo celebramos en Barcelona el trigésimo aniversario de la publicación del Manifiesto por la igualdad de derechos lingüísticos en Cataluña. Lo organizó la asociación Impulso Ciudadano (encabezada por José Domingo), a la que se sumaron otras asociaciones cívicas del mismo tipo reivindicativo. Había algún representante del PP. La idea común es la de defender la supervivencia del idioma castellano en Cataluña. Asistió una nutrida audiencia. El acto consistió en una mesa redonda con algunos supervivientes del Manifiesto de 1981 más algunos ponentes de la siguiente generación, como José García Domínguez. La mesa redonda continuó después, de un modo más espontáneo, en un banquete celebrado en la Casa de Madrid en torno a un cocidito madrileño. Total, que nos pasamos mañana y tarde en una entretenida tenida alrededor del problema de las lenguas en Cataluña.

Mi intervención se basó en la verificación de dos realidades. Por un lado el Manifiesto de 1981 acertó en el presagio de que el idioma castellano iba a ser orillado de la vida pública catalana. Pero asimismo anticipamos el vaticinio de que el castellano iba a seguir presente en la vida cotidiana de los catalanes, ahora formados por muchos extranjeros. Es evidente la contradicción entre esas dos realidades. Casi podríamos hablar de esquizofrenia colectiva. El resultado es que Barcelona ha dejado de ser la capital cultural de España y del mundo hispanohablante.

El error de la aciaga política de "normalización lingüística" en Cataluña (con la estúpida "inmersión" de los escolares) parte de considerar el idioma catalán como la "lengua propia" de Cataluña. Las lenguas no son propias de los territorios, de las naciones, sino de las personas. En Cataluña están vigentes normalmente dos lenguas, el catalán y el castellano, aparte de otras lenguas minoritarias de algunos grupos inmigrantes extranjeros. La diferencia está en que el castellano o español es una lengua de comunicación internacional. Es decir, el español se aprende en todo el mundo por millones de personas que no la tienen como lengua materna. Después del inglés, el español es la lengua de comunicación internacional más pujante en el mundo. Ese dato hace que se produzca la paradoja indicada de que el castellano se haya orillado oficialmente en Cataluña mientras subsiste con vigor en el círculo privado.

Cabe imaginar que Cataluña pueda llegar a ser independiente. En ese caso lo racional sería que mantuviera el castellano como idioma de comunicación regular (en los negocios, la vida oficial, la enseñanza, etc.), o bien que se pasara al inglés o al francés.

La eventual independencia de Cataluña solo se producirá pacíficamente si se cumplen estas tres condiciones: (1) Que establezca el uso general de una lengua de comunicación internacional, sea el español, el francés o el inglés. (2) Que se empobrezca relativamente frente a otras regiones españolas, principalmente Madrid. (3) Que estén a favor de la independencia el 80% o más de los catalanes. Hay que reconocer que los gobiernos de Cataluña de la última generación han hecho todo lo posible porque se cumplan las dos condiciones últimas. En cambio, siguen empecinados en que el idioma catalán pase a ser de comunicación pública, desplazando todo lo posible al castellano. Se equivocan. Lo único que van a conseguir es que Cataluña se empobrezca. Ya es triste. Como lo es que, a los que defendemos estas ideas, nos llamen anticatalanes. Es casi imposible que una persona como yo, por español, pueda ser anticatalán. La polémica continúa.

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