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Amando de Miguel

Las malas palabras

Muchos idiomas, como el español, mantienen una lista de palabras innombrables, o por lo menos que no deben ser dichas más que en circunstancias extremas. Por lo menos esa norma estaba vigente hasta hace bien poco. La palabra prohibida se pronunciaba como una exclamación, un desahogo. El hecho mismo de la posibilidad de recurrir a la palabra prohibida daba fuerza al argumento. Todo esto viene a cuento de una expresión que se pudo escuchar en la COPE hace pocos días. Era con ocasión del incidente del tristemente famoso Prestige. El periodista entrevistaba a un pescador gallego y le pedía la opinión sobre el capitán del barco. La respuesta merece figurar en las antologías para la enseñanza del idioma común. “¿El capitán del barco? Ese es un cabrón, por no decir otra palabra”. Quería significar el hombre que lo de cabrón era poco. La metáfora animal era insuficiente al lado de lo que el pescador habría dicho si la palabra deseada no tuviera el veto que impone el micrófono. También las malas palabras se desgastan. Lo fundamental es que se impone mantenerlas en el reducto de lo prohibido. En definitiva, tienen fuerza porque no se pronuncian así como así.

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