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Amando de Miguel

Las Navidades del señor Scrooge

Los ritos gregarios de estas Navidades nos han dejado una fatídica tercera ola de contagios del virus chino.

Sin pretenderlo, estas Navidades han sido, para muchos españoles, un poco las merecidas del señor Scrooge, del famoso cuento de Carlos Dickens. Quiero decir que muchos abuelos no han podido reunirse con los nietos. Tampoco les ha sido posible repetir el rito gregario con otros elementos de la familia extensa (suegros, yernos, nueras, cuñados, primos, etc.) o del círculo de amigos. Puede ser que, en ciertos casos, alguien se habrá sentido aliviado de no tener que compartir mesa y mantel con el pariente abominable, que todos tenemos.


Dickens escogió, deliberadamente, el insólito nombre de Scrooge porque, en inglés (y también en castellano) el sonido “ch” suele dar voces despectivas. No se le ocurrió que, algún día, las Navidades (en España van en plural) implicarían la norma de poder reunirse con la familia extensa, incluyendo los “allegados”. En España, lo bueno que tienen algunas normas, por dolientes que sean, es que, a veces, no se cumplen del todo y no pasa nada. Solo que ahora sí pasa. Los ritos gregarios de estas Navidades nos han dejado una fatídica tercera ola de contagios del virus chino. Aquí y en otros países vecinos. Bien es verdad que la noticia luctuosa de las víctimas ha quedado sobrepasada por la esperanza de las vacunas.

Hace poco más de un año se nos dijo que la rara epidemia, proveniente de China, era cosa de pocos días, semanas. Pesimista recalcitrante que soy, escribí, entonces, que nos esperaban tres años de pandemia colectiva. Bien ya ha pasado el primero. Puede que en 2021 asistamos a la liquidación del maldito virus chino y todas sus mutaciones gracias a la taumatúrgica vacuna, pero quedan las secuelas. Algo así pasó con la epidemia de gripe de 1918 (llamada “la española”). Castigó a la población mundial en dos olas (primavera y otoño de 1918 para el hemisferio septentrional). Pero, al menos en España, sus efectos letales se registraron durante tres años. Por cierto, coincidieron con el final del “turno pacífico” del sistema de la Restauración. Fue un tiempo de desintegración política. La historia, a veces, se repite; por la potísima razón de que el número de variables, que intervienen, es muy limitado.

Aun suponiendo que, en pocos meses, no quedarán restos de la pandemia (lo que es mucho suponer), permanece la realidad de la hecatombe económica. Los cien bueyes del sacrifico simbólico de los helenos están siendo las consecuencias económicas desastrosas. En todo el mundo, el desempleo alcanza cotas nunca vistas; desde luego, en España. Es un doble engaño que el descalabro laboral se arregla con subsidios públicos. Es una salida pensada para una situación de paro estructural, que no es el caso. Simplemente, en España, se ha venido abajo la economía turística, que es la única, estructuralmente, exportadora. Más que levantarla otra vez, cumple sustituirla por otro modelo. La razón es que sobra oferta turística en todo el mundo, sobre todo la del “turismo barato”, que es el nuestro. Me va más criticar que hacer propuestas. Pero, puestos a pensar, se me ocurre que deberíamos dar el paso definitivo hacia una economía creadora. Cierto que, en España, se fabrican varios millones de automóviles al año, pero ninguno es de marca española. Es decir, somos una economía fabril de tipo ancilar o dependiente. Es la consecuencia de un renqueante sistema de enseñanza; que acaba de recibir la puntilla con la nueva ley de educación. Es decir, no salimos del atolladero. Pesimista podría parecer mi diagnóstico, pero más negra es aún la realidad, con permiso de los negros.
 

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