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Amando de Miguel

Las obscenidades de la política española

El desconcierto de la política española es que la misión de los que mandan se sustancia en la capacidad de conceder ayudas económicas a los “suyos”-

No es que algunas personas de la camada de “los que mandan” terminen como delincuentes. Sin llegar a tanto, son muchos los que, con sus acciones, penetrados del veneno del poder, lastiman el más elemental sentido del pudor de los contribuyentes. Vean, por ejemplo, la descarada trifulca, entre socialistas y “peperos”, por la repartija de los altos nombramientos de jueces y otros altos puestos en ciertos organismos de control del Gobierno. Durante el tiempo que dominó el “turnismo” de los dos grandes partidos (conservadores y socialistas) en el poder, la disputa, mal que bien, no pasó de algunos escarceos y componendas. Pero, ahora, la repartija se ha hecho áspera. La razón es simple. Si bien se mira, el “turnismo” de los dos grandes partidos, que llenó cuatro decenios de Transición democrática, se ha terminado. Ya, no hay dos partidos dominantes, sino un variado abanico de ellos. Son varios los que aspiran a conseguir alguna tajada en el nombramiento de “uno de los suyos” para los organismos de control (el Poder Judicial, Radiotelevisión Española, el Defensor del Pueblo). Quedan otras fuerzas políticas, ausentes de la repartija. Con lo cual las disputas entre los contendientes se hacen, particularmente, híspidas. Nos acercamos, más bien, a un régimen oligárquico con una apariencia de pluralismo.

En las democracias más asentadas, todas esas controversias por el reparto del poder se suavizan por el juego de “frenos y contrapesos” de unas u otras instancias. Sin embargo, en el caso español actual, las controversias se enconan por el temor, que inspira a los que mandan, del reconocimiento de la verdad. Por eso predomina el uso de la retórica, el recubrimiento de los hechos por la propaganda.

La verdad se asocia con la luz, la claridad. Los antiguos egipcios recurrían al ideograma del Sol para representar la verdad. En estos tiempos nuestros de aguda confusión, no quedan iconos para dar idea de lo verdadero. Se ha llegado a que algunos capitostes se exhiban en “conferencias prensa” sin admitir preguntas de los periodistas. Es igual, aunque se les permita preguntar, lo que no cabe es repreguntar, como vemos en otros países. Qué pocas veces hemos asistido al encomiable espectáculo de un periodista, que interpela al político en la tribuna de la conferencia de prensa: “Perdone, usted; no me ha contestado a la pregunta”. Es muy frecuente que, en tales situaciones y en entrevistas ante los medios, el político, simplemente, en lugar de contestar a la pregunta, se salga por los cerros de Úbeda. (La historia del dicho es que algunas huestes españolas se perdieron, intencionadamente, por esos cerros, con tal de no presentarse a la batalla de las Navas de Tolosa).

El desconcierto de la política española es que la misión de los que mandan se sustancia en la capacidad de conceder ayudas económicas a los “suyos” con el dinero público. Todo, formalmente, dentro de la mayor legalidad. No digamos cuando, tras esa fuente regular, se avizora la catarata de los miles de millones de euros, procedentes de Bruselas, por mor de la crisis económica y la pandemia. Se adivinan toda suerte de nepotismos, en el sentido de que la “familia” es, ahora, el partido.

Sería de desear que concluyera la vergonzosa institución del ingente volumen de dinero público, asignado a los partidos, en proporción a los votos recibidos en las urnas. En su día, fue una buena determinación para que se pusiera en marcha el nuevo régimen democrático; hoy, parece un abuso. El ideal sería que los partidos pudieran costear sus gastos con las cuotas y las ayudas de los socios y simpatizantes. Debería hacerse como un ejercicio fiscal muy transparente. Ya sé que es una utopía; por soñar, que no quede.
 

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