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Amando de Miguel

Los grandes negocios de la Humanidad

El gran negocio mundial es, hoy, el de las vacunas contra el maldito virus.

El gran negocio mundial es, hoy, el de las vacunas contra el maldito virus.
Viales de las vacunas de AstraZeneca (izq.) y Pfizer (dcha.) contra el covid-19. | EUROPA PRESS / Marcus Brandt / Dpa

El gran negocio mundial es, hoy, el de las vacunas contra el maldito virus, originariamente chino. Ahora se reviste de cambiantes nacionalidades.

Los grandes negocios de carácter global (como ahora se dice) se derivan de estas dos condiciones: a) la escasez o concentración de la oferta, esto es, pocos y localizados productores (oligopolio); b) una extraordinaria demanda siempre insatisfecha.

A lo largo de la historia de la civilización europea se han detectado algunas ilustraciones de los negocios verdaderamente pingües. A finales de la Edad Media se apreció al máximo el consumo de especias (canela, pimienta, clavo, jengibre, nuez moscada, etc.). Solo se producían en las islas del Extremo Oriente (Ceilán, Java, Borneo, etc.), por lo que su precio se elevó de forma extraordinaria. El transporte se hacía por tierra, a través de la Ruta de la Seda, hasta llegar a Constantinopla. Ahí entraba el transporte marítimo, dominado por venecianos y genoveses. Un tráfico tan riesgoso aseguró inmensas fortunas.

Se ha dicho que la avidez del consumo de especias se debió a que se necesitaban para aliñar los guisos con carne, no siempre en buenas condiciones. Tal historia es, más bien, una leyenda. La razón de la desmesurada demanda europea de especias se basó en el símbolo de distinción que suponían para una aristocracia enriquecida, a la que se sumó la ascendente burguesía. Como es natural, a finales del siglo XV, el próspero comercio de las especias moderó los precios a partir de las expediciones marítimas de los portugueses.

El proceso de las especias se replicó con el comercio del oro y la plata procedentes del Imperio español en América durante los siglos XVI y XVII. En ese caso, la mayor parte del beneficio se lo llevaron banqueros italianos, alemanes, flamencos y holandeses con conexiones judías. Los metales preciosos sirvieron, sobre todo, para pagar las inmensas deudas de los reyes españoles.

En el siglo XIX se advierte un nuevo floreciente negocio. Es la cadena del carbón, el hierro y los ferrocarriles. Supuso el fundamento del Imperio británico y la llamada Revolución Industrial.

Sin embargo, ninguna de las ilustraciones comentadas supuso una ganancia tan colosal como ha constituido, en los días que corren, el mercado de las vacunas contra el virus chino. Es claro que la oferta eficaz se produce solo en dos o tres países, fundamentalmente los Estados Unidos de América. La demanda es, por primera vez en la historia, verdaderamente global. La extensión de la pandemia obliga a ello. Todos los habitantes de la Tierra deben ser vacunados.

Hace un año se nos dijo que, conseguido el 70% de la población vacunada en un país, se alcanzaría la "inmunidad de rebaño" (o mejor, gregaria). En la práctica, significaría la detención de los contagios y ya no habría necesidad de más vacunas. Pero la realidad es que tal fenómeno no se ha producido en ningún país. El hecho es que las vacunas caducan al año de ponerlas y, mientras tanto, surgen continuas mutaciones del virus. Se habla, entonces, de "dosis de refuerzo" y, últimamente, de nuevas fórmulas para contener a los virus mutados. Es decir, por el lado de la oferta, se afianza el práctico monopolio de unos pocos laboratorios. Por el costado de la demanda, esta no es solo universal, sino continua. Nunca en la historia se ha dado una combinación tan favorable para los grandes negocios.

La mejor prueba del razonamiento anterior es que, avisados de la última mutación del virus (ómicron), los laboratorios anticipan que ya están preparando las renovadas vacunas. La pandemia pasa a ser endemia y el negocio se hace fabuloso.

La anécdota divertida es que la nueva y amenazadora variante del virus se iba a etiquetar con la letra griega ji, que en inglés se escribe chi y se pronuncia "kai". Como el símbolo elegido es una especie de equis, se pensó que la denominación iba a molestar al dictador chino, llamado Xi. Por tanto, se cambió a ómicron. Se confirma la sospecha de que la OMS (Organización Mundial de la Salud, aunque debería ser en castellano, "de la Sanidad") se halla dominada por China. En donde puede verse que el nombre de ese gran país aparece, simbólicamente, en el origen y el final de la nueva peste.

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