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Amando de Miguel

Manías del discurso público

Muchas veces, no es que la frase esté mal dicha sino que aburre de tanto reiterarla. Por ejemplo, "a todos los niveles". ¿Seguro que se han medido todos los niveles? ¿Qué niveles son esos?

Me da no sé qué seguir hablando del "politiqués". Pero es que esa jerga existe. La practicamos todos los que tenemos que hablar en público: políticos, periodistas, comentaristas, tertulianos, etcétera. No se trata de que hablemos mal, que cometamos errores. Eso es lo de menos. El que tiene boca se equivoca. Lo característico es que el politiqués abunda en imitaciones. Se dice algo que parece ingenioso y los demás empiezan a repetirlo. De ahí procede el aburrimiento del discurso público, y no digamos cuando  el orador lee. Voy a poner algunos ejemplos.

Una muletilla muy repetida es la de "yo soy de los que pienso". Es evidente la falta de concordancia, pero la pasamos por alto. Incluso el ordenador no me subraya la frasecita para indicarme que "los que pienso" no tiene concordancia. Lo razonable sería decir "soy de los que piensan". Al ordenador le da lo mismo. A mí, no.

Muchas veces no es que la frase esté mal dicha sino que aburre de tanto reiterarla. Por ejemplo, "a todos los niveles". ¿Seguro que se han medido todos los niveles? ¿Qué niveles son esos?

De sobra es sabido que el idioma español cultiva mucho el tono hiperbólico, exagerado. Hay mil ilustraciones. Apunto algunas de las que se oyen mucho: "Absolutamente, ni muchísimo menos, indudablemente, nada más y nada menos, muchísimos". Cuando oigo uno de esas palabras, me digo: "Eso que me dice a continuación no es verdad".

Ahora causa furor lo de "líneas rojas". Nunca he sabido a qué líneas se refiere la expresión ni por qué son rojas. En el Metro las ponen amarillas para indicar que pisa uno un terreno que puede ser peligroso. Me llama la atención que los políticos de izquierda o los sindicalistas  de los sindicatos oficiales se refieran también a las dichosas líneas rojas como la señal de algo prohibido o peligroso. Sería más propio que dijeran  líneas azules.

El otro día, en una tertulia de TeleMadrid, un sindicalista aseguró enfáticamente que la actuación de la policía en Valencia había sido "una masacre". Paco Cabrillo le sugirió que mirase el diccionario, pero el sindicalista se emperró en su calificación de "masacre". El diccionario lo deja claro. Una masacre es un asesinato en masa de personas indefensas. Supongo que el dirigente de uno de los dos sindicatos oficiales estará orgulloso de su alarde léxico. Le auguro una gran carrera.

Una expresión que me llama mucho la atención en las tertulias es la resistencia a comparar como argumento para derrotar al adversario. Si uno arguye que "no se puede generalizar" o "no se puede comparar" esto y lo otro, su argumento va a misa. Habrá que recordar que para los españoles algo "incomparable" es tanto como decir lo óptimo. Mi idea es otra. Precisamente, la inteligencia se resuelve muchas veces en comparaciones. Todo se puede comparar, incluso la velocidad con el tocino o peras con manzanas. "No hay ni punto de comparación" suele ser una afirmación defensiva y débil. La resistencia a comparar o a generalizar es una de las manifestaciones de la mentalidad anticientífica. Está muy arraigada en España.

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