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Amando de Miguel

Minuta para una campaña electoral

Parece lógico que en esta campaña electoral catalana se agrupen los partidos contendientes en dos coaliciones: los catalanistas y los españolistas.

Parece lógico que en esta campaña electoral catalana se agrupen los partidos contendientes en dos coaliciones: los catalanistas y los españolistas.
Carles Puigdemont podría ser el cabeza de lista de una posible coalición independentista | EFE

Me refiero a las elecciones catalanas del 21 de diciembre. Los resultados los conoceremos como un preámbulo de la lotería nacional del día siguiente. Lo chocante es que se trata de algo más que unos comicios regionales (que dicen "autonómicos"). La prueba es que prácticamente se plantean como la dicotomía que ha dado al traste con la Constitución de 1978 y va a ser el nudo de la Constitución de 2018. En este caso no es tanto el contraste entre la izquierda y la derecha como el enfrentamiento de los nacionalistas o secesionistas frente a los constitucionalistas o españolistas. Todos quieren chupar cámara, al igual que los futbolistas. Después de todo, las elecciones funcionan realmente como las competiciones deportivas. Son inventos para producir artificialmente acontecimientos noticiosos. El mejor método es forzar a que haya siempre un ganador y un perdedor. Es un juego que produce una suerte de placer.

Sería razonable que, ante estas trascendentales elecciones del 21-D (lo siento, pero así se llamarán) se ilegitimaran dos tipos de partidos extremosos. A saber, los independentistas (secesionistas, soberanistas, separatistas) y los antidemocráticos (antisistema, anticapitalistas). Mas no se hará tal cosa en aras de la "normalidad", por lo que seguiremos instalados en la confusión. Resulta absurdo que los mismos partidos ahora procesados por el golpe que supuso proclamar la República Catalana sean también los que se presenten a las nuevas elecciones. Su objetivo (ahora se dice "relato") serán más o menos el mismo. Tropezaremos otra vez en la misma piedra. Claro que el suicidio político se ha considerado muchas veces como una de las bellas artes. Hay precedentes. En las elecciones nacionales de 1936 de los dos frentes (nomenclatura bélica) cada uno de ellos consideró al otro como ilegítimo. Ya sabemos cómo acabó la cosa.

Igualmente parece lógico que en esta definitiva campaña electoral catalana se agrupen los partidos contendientes en dos coaliciones: los catalanistas y los españolistas o como quieran llamarse. Cada uno de ellos buscaría la ventaja que proporciona la ley electoral a los partidos que se coaligan. Sin embargo, nada de esto sucederá. Será una demostración de que lo fundamental para sus gerifaltes es tocar poder, disfrutar de sus amenidades (ahora dicen "asumir responsabilidades").

Aunque los afines no lleguen a coaligarse, al menos tendrán que posicionarse respecto a un par de asuntos capitales: la lengua de la enseñanza pública y la orientación ideológica de la radio y la tele públicas. En ambos casos los catalanistas (o como quieran llamarse) favorecerán la continuidad. Es decir, la tendencia hacia el monolingüismo catalán y el adoctrinamiento nacionalista. Los españolistas (o como se deseen etiquetar) abogarán por los planteamientos opuestos. Pues bien, aunque pueda parecer mentira, ninguna de esas dos posiciones antagónicas va a quedar clara. Otra vez el desbarajuste.

Se me dirá que todo lo anterior representa una exageración propia de quien vive de escribir, que consiste muy a menudo en magnificar las cosas. Podría ser. Pero la polarización que digo se revela bonitamente en el pronóstico que acaba de hacer un desventurado dirigente de uno de los partidos en liza. Su visión es que estas elecciones van a significar el triunfo del bien sobre el mal. Tal apocalíptico vaticinio es el propio de una mentalidad clerical secularizada. Después de todo, el nacionalismo es eso mismo.

Total, que las elecciones del 21-D no son lo que parecen, ni se presentan como deberían ser.

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