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Amando de Miguel

Onomástica

José Eduardo Fernández interviene en la polémica sobre el uso de los dos apellidos en el lenguaje público. Acompaña un artículo de Antonio Burgos (divertido como todos los suyos) en el que sostiene que eso de los dos apellidos es un deje franquista: Girón de Velasco, Fraga Iribarne, etc. Como lo es decantarse por el segundo apellido. A Franco le gustaba mucho llamar a sus ministros por el segundo apellido: Iribarne, Miranda, etc. Puede que fuera cosa del Ejército. Don Antonio sostiene que basta el primer apellido para nombrar a una personalidad pública, por ejemplo, Rodríguez para el actual presidente del Gobierno. Disiento respetuosamente del admirado colega. No creo que don Antonio diga tranquilamente “las Meninas de Rodríguez”, por el autor del cuadro, Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. Tampoco creo que se haya deleitado con los Episodios Nacionales de Pérez, sino de Galdós (Benito Pérez Galdós). La norma es sencilla. Se utiliza uno o dos apellidos, el primero o el segundo, según que el oído nos señale la fórmula más distintiva, sonora o característica. Es un principio de economía para evitar confusiones y duplicidades. Ahora la opción es legal, pues se permite oficialmente anteponer el apellido de la madre al del padre. Mi opinión es que cada uno debería llamarse como quisiera, supuestos ciertos trámites. El liberalismo tendría que demostrarse en el uso del nombre de uno. Todavía tenemos un exceso de intervencionismo onomástico. Estuve alojado un tiempo en una casa de huéspedes de la Ciudad de México. La criada de la patrona vivía con un hijo, quien aún no había pasado por el Registro Civil, y cuyo padre era desconocido. Pero el chamaco recibió el nombre de Miguel de Cervantes. Por cierto, el apellido de la madre del auténtico Miguel de Cervantes, no era Saavedra sino Cortinas. Antes de que hubiera Registro Civil (lo trae la Revolución de 1868), era muy corriente la alteración de los apellidos. Los apellidos vascos se han ido extendiendo en toda España por su especial sonoridad e hidalguía.
 
Humberto Carruyo (Venezuela) quiere saber la significación de su apellido. No soy un genealogista (experto en nombres), así que ignoro de dónde puede venir ese sonoro Carruyo. Solo sé que una antigua colaboradora mía, catalana, se apellida Carulla. En rancio castellano carrulla (no viene en el DRAE) es tanto como la cáscara de la avellana. No sé más. Espero alguna información al respecto de los curiosos lectores.
 
Alejandro García Cogollos (Amsterdam, Holanda) considera cutre llamar “Tomás Moro” a Thomas More. Pues así lo llamamos en español, lo cual es un reconocimiento de su carácter clásico, universal. Esa misma aparente familiaridad la tenemos con otros muchos personajes clásicos, desde Platón al apóstol Santiago, cuyos nombres los adaptamos a la fonética española. Citaré un ejemplo que resultará más cercano a don Alejandro. El famoso pintor holandés Anthonis Mor es conocido en el mundo inglés como Sir Anthony More y en el español como Antonio Moro. Fue pintor de cámara de la corte de los Austrias de Madrid. Tampoco resulta cutre que digamos la “Casa de Austria” y no la “Casa de Habsburg”. Por lo mismo decimos en español la “Monarquía Astrohúngara” y no la “Österreichisch-Ungarische Monarchie”. Traducir no es traicionar sino, a veces, ensalzar.
 
Sobre los nombres de los equipos extranjeros de fútbol hay algunas quejas. Está, por ejemplo, Michael Gavin. No desea entrar en lo del “Milan” (ni Milán, ni Milano). Pero sí se detiene en el “Bayern de Munich” o el “Austria de Viena”. Don Michael sostiene que la verdadera traducción tendría que ser “Munich de Baviera” o “Viena de Austria”. Está muy claro, pero los futboleros tienen su lenguaje particular, incluso corporal. Por ejemplo, observen que los comentaristas de fútbol en televisión sonríen más de la cuenta. ¿Es tan divertido eso del fútbol?

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