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Amando de Miguel

Palabras prohibidas

Los diccionarios tradicionales se resistían a imprimir las palabras malsonantes por razones de una extraña pudibundez. Bien está que las evitemos en el lenguaje educado, pero no podemos desconocerlas. Me remito a algunos estupendos diccionarios: los de Camilo José Cela (Diccionario secreto y Diccionario del erotismo), el de Jaime Martín (Diccionario de expresiones malsonantes del español) y el de Pancracio Celdrán (Inventario general de insultos). La actitud de despreciar al prójimo es tan universal que necesitamos un verdadero arsenal de palabras más o menos prohibidas por la buena educación. Hoy son muy típicas del lenguaje juvenil e incluso del adolescente.
 
Rafael Pellegrini (Albacete) aporta un verdadero tratado con las variantes de la palabra pijo, que en su tierra es polisémica, un verdadero comodín. Por ejemplo, “ir a pijo sacado” (= a toda velocidad), “no valer un pijo” (= nada), “¡y un pijo!” (= rotundamente no), “pijo” (= coño, como exclamación). En Albacete “pijotero” es el que pone trabas para todo. Don Rafael distingue el pijo albaceteño, con una jota rotunda, del piho (con hache aspirada) de Murcia. Añade la exclamación odo (aféresis de jodo), un ñoñismo para expresar asombro, sorpresa o enojo, sin ninguna connotación sexual. Fórmulas derivadas son odiendo, odiénganas y odiéganas con parecido sentido. Es evidente que el pijo, en su prístino sentido es tanto como el pene. De ahí que sirva de comodín para todo tipo de insultos y de expresiones despectivas. Se deriva de la onomatopeya pis, realmente universal.
 
Mª Paz Velázquez (Ceuta, oriunda de Cádiz) asegura que “desde siempre oí llamar a los homosexuales parguelas y al hombre algo afeminado parguelón”. Se trata de un andalucismo común; lo admite el DRAE. No lo recoge Camilo José Cela. Calculo que puede proceder de pargo, un pez parecido al besugo que se da en las costas andaluzas. Una vez más, se produce la extraña asociación entre los peces y los homosexuales. Recordemos lo de la trucha. Solo sé una cosa, que los lectores asiduos de esta seccioncilla van a disponer de un castellano riquísimo. Recordemos que el término “liberal” fue en alguna ocasión una palabra sospechosa.
 
Adriana Gámez vuelve sobre el polémico trucha. Informa de que en México “poner trucha” significa estar atento, poner atención o ir con cuidado. ¿No será trucha un derivado de truchimán (= embaucador)? Espero nuevas aportaciones.
 
Rogelio Amaral Barragán (México) inquiere el origen de la voz barragán, en el bien entendido que barragana suele ser un denuesto (= concubina, querida). Don Rogelio aporta un testimonio curioso. Por lo visto barragán para los sefarditas equivale a “grande, poderoso”; tanto es así que se aplica a Dios. Los señores feudales españoles, para humillar a los judíos, se llevaban a sus hijas como concubinas forzadas para “bajarles los humos” a los ladinos. De ahí se pasó a llamar “barraganas” a las concubinas todas. Francamente la historia me parece tan interesante como inverosímil. Barragán, dice Covarrubias, es una palabra arábiga que equivale a “soltero, valiente y arriscado”. Barraganada “vale tanto como valentía y hecho valeroso”. Las leyes de Partidas llama barragán al mozo soltero, mancebo, y barragana a la moza soltera. De ahí se pasó a la amancebada, mujer soltera que vive con un hombre. Había que tener valor para dar ese paso es una sociedad tradicional. Hoy se dice, púdicamente, compañera o, de modo un tanto cursi, compañera sentimental. Es posible que bragado (= persona valerosa, enérgica) esté emparentada con barragán. En portugués dio barregão. Bragado es mi tercer apellido. Habría que hacer una asociación internacional de Bragados y Barraganes, buena gente.
 
Javier Carrascón Garrido me cuenta una divertida historia que le sucedió a una amiga suya a propósito de lo que se llamacorrección política. Por lo visto en su casa trabajaba una empleada doméstica ─término de notoria corrección política─ de raza negra. La señora animó a descansar a la criada con estas palabras: “Para un poco, hija, que llevas todo el día trabajando como una negra”. Nada más decirlo, la señora se dio cuenta del uso tan poco delicado e intentó arreglarlo de esta forma: “¡Huy, perdón! Quiero decircomo una bestia”. Concluye mi comunicante: “Con lo que, efectivamente, acabó de arreglarlo”.

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