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Amando de Miguel

Partidos, prensa y poder

La función del buen periodista consiste en presentar el lado crítico de la realidad observada.

La función del buen periodista consiste en presentar el lado crítico de la realidad observada.
Pablo Iglesias atiende a los medios tras el discurso de Pedro Sánchez | EFE

Una democracia es algo más que una nómina de partidos y unas elecciones regulares. Interviene, también, el funcionamiento de una institución, que podría ser una especie de "contrapoder": la prensa. (Seguimos utilizando la metonimia del primer artefacto para imprimir). Se ve representada por los medios de comunicación y los profesionales del periodismo. Son los principales sujetos de la libertad de expresión, la más característica de los sistemas democráticos, aborrecida por los dictadores de toda laya.

Uno de los fallos de nuestra "Transición democrática", advenida tras el franquismo, ha sido la escasa consideración que ha tenido la libertad de prensa. Han destacado, incluso, algunas camadas de periodistas, vergonzosamente, serviles al poder. Son los especialistas, entre otras menudencias, en esa técnica de entrevistar a una muestra (seleccionada) de ciudadanos para que apoyen las tesis del Gobierno de turno. Por ejemplo, ante los problemas colectivos, sistemáticamente, presentan "la buena noticia". Siempre se encontrará algún dueño de un bar que presente la buena racha de la demanda turística; todo para ocultar la angustia del incremento de los contagios de la pandemia. Estamos ante la negación del periodismo, por desgracia, tan abundosa.

Son innúmeras las prácticas, ejercidas por los Gobiernos de una u otra ideología, para controlar el funcionamiento de las empresas periodísticas y los profesionales que de ellas dependen. De forma genérica y previa, se recurre al juego de las concesiones y licencias, y, luego, de las oportunas subvenciones. Una treta indirecta es la manipulación del mercado de la publicidad. Pero, sobre todo, se procura que los periodistas se muestren dóciles a las instrucciones no escritas del Gobierno.

En los últimos tiempos, con el Gobierno actual (con la trimurti de socialistas, comunistas y separatistas), las prácticas de dominio sobre la prensa se están refinando hasta un extremo insoportable. Francamente, empiezan a parecerse a las de los regímenes autoritarios. Se extiende la costumbre de que los altos cargos, ante las preguntas de los periodistas, simplemente, se salgan por la tangente: contestan con el deber ser, con manifestaciones triunfalistas. Empiezan a menudear las llamadas "ruedas de prensa", en las que los periodistas son simples convidados de piedra, pues no les es dado suscitar preguntas. Es más, en ciertos actos públicos, los reporteros de los medios se ven encapsulados en una sala aparte, con la sola oportunidad de seguir la escena por televisión. En el caso de que se "conceda" a los periodistas la libertad de hacer preguntas, el mandamás de turno se puede permitir la osadía de despreciar al medio correspondiente. Simplemente, le puede negar el derecho a estar representado en el acto. Se llega al ridículo de motejar al periodista que diga "la Generalidad", en lugar de "la Generalitat", cuando la conversación es en castellano.

La buena lógica democrática exige a los periodistas el deber de presentar la realidad de los hechos noticiables de la manera más fiel posible. Por ejemplo, deben preguntar cómo es que los pensionistas pierden poder adquisitivo al ajustar el monto de sus pensiones al índice de precios al consumo, el previsto. O también, cómo es que, con una alta tasa de vacunación, el número de contagios de la pandemia no hace más que subir. Asimismo, cómo es que los afectados por el desastre del volcán de La Palma, hace más de dos meses, no han recibido las justas compensaciones. En tales casos (y hay muchos más), la función del buen periodista consiste en presentar el lado crítico de la realidad observada. Se trata de una tarea necesaria para que pueda funcionar la democracia de modo adecuado.

Detrás de todos los alardes de la censura, late una cuestión más honda, de principio. Nos acercamos a un punto de autoritarismo, en el que el Gobierno trata de convencer a la población de que representa la única fuerza política para seguir mandando. Ya es hipocresía, pues, aun siendo socialista, se vale de la alianza con comunistas y separatistas. Son partidos de dudosa confianza para que puedan representar al interés general. La actitud de exclusividad de la "trimurti" se justifica con el falso argumento de que la posible alternativa a las fuerzas dominantes aparece constituida por "fascistas". Es decir, se trata de recobrar, a trancas y barrancas, la dialéctica de la Guerra Civil de 1936; por cierto, la que perdieron socialistas, comunistas y separatistas. Tal modo de razonar solo se puede mantener si se cuenta con una prensa sometida, condescendiente y servil.

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