No me refiero a las grandes cuestiones de la Política como ciencia o como asunto de titulares en los medios. La política que destilan los comentarios de este rinconcillo se refiere a pequeñas preocupaciones de la gente corriente. Por ejemplo, Benito Pérez me recuerda la general morosidad en los pagos que afecta sobre todo a las pequeñas empresas. En cambio, en su opinión, lo del paro no es tan grave, puesto que "la mayoría de los parados están en la economía sumergida". Cierto es que hay muchos parados en la economía sumergida (gracias a Dios), pero si no hubiera otros muchos realmente sin trabajo o con trabajo mal remunerado, no existiría el problema de la morosidad general. Don Benito deja caer que la peor morosidad es la de los entes públicos. Estoy de acuerdo.
Agustín Fuentes retrata con finura el comportamiento de algunos tertulianos en VEO7. Se refiere sobre todo a los que él llama "sayones" del Gobierno y yo designo como "turiferarios". Creo que don Agustín ha percibido perfectamente la realidad. Se refiere, por ejemplo, a ese nuevo anticatolicismo de los renegados; Peces Barba o Sopena. Yo agregaría Miguel Ángel Aguilar o Pedro Calvo Hernando. La figura del renegado ha sido estudiada por los clásicos de la Sociología. No hay nada nuevo bajo la Luna.
David Olivares Navarro se refiere a mi propuesta o devaneo iberista y me pregunta qué utilidad tendría establecer la capitalidad en Lisboa. Muy sencillo. Casi todas las capitales de los países desarrollados están instaladas en la costa o a la vera de un río navegable. Por otra parte, la comunicación del resto de la península con Lisboa es más natural al cortar menos cordilleras. Mi sentimiento personal es que Madrid sería una ciudad perfecta si le quitáramos los edificios del Gobierno central y las embajadas. Madrid siempre sería una gran ciudad de servicios y la capital cultural del mundo de habla española. Es una vergüenza que todavía no se haya tendido el AVI (= Alta Velocidad Ibérica) entre Madrid y Lisboa.
Se pregunta asimismo don David si no sería bueno recuperar los nombres de los topónimos en castellano, que ahora han pasado a denominarse de acuerdo con otras lenguas regionales. Mi opinión es que los topónimos deben rotularse como los conoce la gente; nunca deben alterarse por decreto. Pero para eso se necesita que no haya lenguas oficiales de ningún territorio. Por ese lado vamos mal.
José Antonio Martínez Pons comenta que estuvo en un congreso internacional de su especialidad en Copenhague. Todos los representantes de los distintos países exhibían su respectiva bandera nacional en su cartelito con su nombre. De España había doce participantes. Solo don José Antonio se atrevió a poner la bandera. Me pregunto qué pensarían los demás asistentes al congreso. Mejor no imaginar la respuesta.