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Amando de Miguel

Por los siglos de los siglos

Estamos rodeados de siglas, que son como los cardos del jardín de las palabras. En la estación de metro que enlaza con la de Chamartín figura solo esta indicación: RENFE. Así que ya lo saben los turistas extranjeros: es así como llamamos al tren, al ferrocarril. Si llegan a Madrid por la carretera de La Coruña verán que el carril preferente para autobuses y coches con más de una persona reza BUS-VAO. Pase lo de “bus”, pero lo de “vao” no hay forma de saber lo que significa. Bueno, se puede aprender la equivalencia, pero así, varios miles más. En realidad, es como si tuviéramos una escritura jeroglífica.

Las siglas se renuevan constantemente y adoptan caprichosas combinaciones con mayúsculas y minúsculas. Por ejemplo, CiU, que el común de los españoles traducen por “Converchensia y Uniòn” o algo parecido. Más difícil es AuB, que casi nadie sabe qué significa.

Un último acrónimo, realmente impronunciable, es SRAS, esto es, síndrome respiratorio agudo severo; en inglés SARS. Ante nombre tan caprichoso, la gente, con buen criterio, ha decidido llamarlo “neumonía asiática”. Mejor sería “neumonía china” y todos nos entenderíamos. ¿Pues no se llamó “gripe española” a la de 1918?

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