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Amando de Miguel

Qué queremos decir cuando decimos

Hay algunas voces que se podrían llamar 'asémicas' porque, al emplearlas en tantos sentidos diferentes, acabamos por no saber lo que quieren decir.

Jesús Laínz arremete contra esa moda (tan antigua, por otra parte) de proponer el federalismo como la forma óptima para organizar la vida política de la nación española. Recuerda el montañés la definición oficial de federar: "Unir por alianza, liga, unión o pacto entre varios". Añade don Jesús: "Para federar España habría que empezar por disolverla (mediante referéndum nacional, evidentemente) para acto seguido volver a reunirla". Me malicio que es lo que está sucediendo. Al menos los nacionalistas tratan de desmembrar la nación española. A su lado, los socialistas pretenden volver a unir los miembros descoyuntados. Es una bonita operación de cirugía política.

Jorge González y Argüelles de Miranda lee en Wikipedia que "una hija de Prim (...) fue apadrinada por la propia reina". Don Jorge se pregunta si no se sería más propio decir amadrinar. Cierto es. Amadrinar es "acompañar o asistir a alguien como madrina". Es el padrino quien apadrina.

Mantenía yo aquí una discusión sobre la palabra coca, si procede del latín o del germánico. Me inclinaba por la segunda posibilidad. Jesús Juan López aventura el origen latino, o quizá indoeuropeo, de ese sonido. Aduce que llega al inglés con la palabra cookies (= galletas, pastas). Rectifico mi posición. Es evidente el parentesco con el verbo latino coquere (= cocer). Aunque ahora sospecho que debe de haber un origen onomatopéyico. El sonido coc apela a la sensación corruscante de la masa cocida.

Ignacio de Despujol me acompaña un recorte de La Razón en la que se da cuenta de la muerte de Larry Hagman, "el malicioso J. R. en la serie televisiva de Dallas". Es claro que el periodista quiso decir malvado, siempre según la caracterización del guión. Lo malicioso está en la intención; la maldad en la conducta. Bueno, tampoco hay tanta diferencia. Puede que J. R. fuera malicioso y malvado a la vez.

Comprendo que las palabras del diccionario no siempre son suficientes para expresar las ideas que necesitamos. Por ejemplo, hay un abuso de la palabra democratización. Debe emplearse solo para la acción que facilita la intervención del pueblo en el gobierno de un Estado. El problema es que, por extensión, esa participación popular y en condiciones de igualdad puede afectar a otras muchas esferas de la vida. Por ejemplo, se habla de democratización de las costumbres, de las modas, incluso del lenguaje. En esos casos tendríamos que recurrir a otra palabra que no existe. En los Estados Unidos y en el Reino Unido se enfrentan al mismo problema léxico. Se ha extendido últimamente el uso de demotization para esa analogía de la democratización fuera del campo de la política. Propongo que la aceptemos sin más. No hay que temer la invasión de neologismos cuando se necesiten. Así pues, el tuteo generalizado puede ser un rasgo de demotización en la sociedad española. Muchos de los efectos que enunció en su día Ortega y Gasset en La rebelión de las masas entrarían dentro de la idea de demotización. Se abre el concurso para asimilar alguna otra palabra más castiza.

Hay algunas voces que se podrían llamar asémicas porque, al emplearlas en tantos sentidos diferentes, acabamos por no saber lo que quieren decir. Una de ellas, que me deja perplejo, es seguimiento. A veces significa algo así como asistencia del público. En otras ocasiones equivale al control o vigilancia de algo. No sabe uno a qué carta quedarse. 

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