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Amando de Miguel

Suspiros de España: el lenguaje de don Federico

el buen comentarista político sabe manejar el dicterio sin que lo parezca y sin que se tome como un insulto inveterado. FJL se aplica a esa difícil tarea con ingenio y delectación. ¿Quién puede mejorar lo de “sacamantecas del turbante”?

El enorme éxito radiofónico de Federico Jiménez Losantos (FJL) no se debe solo a que antes ha fundamentado un sólido prestigio literario. Ni siquiera se explica por su independencia política, su convicción moral, su personalidad. Hay que añadir un elemento interpretativo que se resiste al análisis, por lo original y complejo que es. Me refiero al lenguaje, a su modo particular de dominarlo, como el escultor que forja y moldea el acero a su capricho. Esa imagen me proporciona otra. FJL aparece como una especie de martillo pilón de las ideas, de los juicios políticos. No se casa con nadie, que –aunque parezca mentira– en España decir una cosa así es un gran elogio.
 
Uno de los secretos del arte suasoria de FJL es el de combinar términos castizos (refranes a medio terminar, palabras del lenguaje doméstico) con cultismos y atrevidos neologismos. Por ejemplo, el verbo prevaribacigalupar o simplemente bacigalupar. Ese último verbo ya ha sido acogido por el Diccionario de Manuel Alvar, aunque no por el de Deonomástica de las hermanas García Gallarín. Todo se andará.
 
El léxico castizo de FJL se extiende a la jerga taurina o deportiva, campos que domina. No todo va a ser Filología hispánica. El impulso castizo se nota en la introducción del artículo superfluo, tan admirable, como en la ETA o la COPE. Apela a veces a voces clásicas como dizque (que se conserva en Iberoamérica). Más conocidos son los neologismos populares que se desgajan de la facundia de don Federico, como los “maricomplejines” de la derecha cobardica o los “subsajas” (= negros africanos). Pocas voces en el mundo radiofónico podrán competir con FJL por ese lado de la combinación de lo popular con lo culto. Quizá haya que recordar a Ramón Gómez de la Serna, quien lanzó sus primeras greguerías a través de las ondas. Fue el primer intelectual que habló por la radio. FJL alude a “la razón de la sinrazón” y todo el mundo debe saber que se refiere al Quijote. O deja caer lo de “la oración de Julio César” y su dedicada audiencia tiene que recordar a Shakespeare (supongo que a través de Marlon Brando).
 
Los cultismos son tan atrevidos como cuando suelta el verbo abducir (= secuestrar), que ni siquiera está en el DRAE. Pero de esa forma las improvisadas oraciones radiofónicas cumplen también una función pedagógica. Otras veces los cultismos son simplemente la revitalización de palabras de honda raigambre rural, como zaragata (= follón, barullo), trasconejado (= perdido, extraviado) o patulea (= chusma). Se comprende que, ante tales fuegos de artificio léxico, los oyentes caigan embelesados.
 
Debo advertir que los mejores parlamentos de don Federico no están escritos en ningún guión. Quizá sean literatura de la buena, pero la de índole oral, espontánea y efímera. Por eso admite vacilaciones y errores. FJL tiene también un alma de poeta, pero en este caso sería más bien la de un versolari vascongado o la de la trova murciana. Un recurso retórico muy particular del Federico mañanero –cuando habla a solas en la oscuridad del estudio– es lo que podríamos llamar “vocativo afrentoso”. Los oyentes se desperezan ante el susurro: “¡Cándido, Cándido!” y sigue un ruego irónico, una acusación malévola, una petición imposible. Hace como si hablara a solas con Cándido Conde, el Fiscal General del Gobierno. Naturalmente, se trata de un falso apóstrofe, pues todo el mundo entiende que es un estudiado truco para regocijar a la audiencia. Por cierto, un libertario de esta seccioncilla me contó el cachondeo que se organizaba en la oficina cuando los compañeros se dirigían a él imitando a don Federico. Resulta que el hombre se llama Cándido. Ese mismo recurso lo emplea FJL para apostrofar a diversos hombres públicos, desde Montilla a Pepiño Blanco.
 
El recurso anterior es parte del arte mayéutica que FJL practica con asiduidad. Consiste en presentar una frase, una declaración de un hombre público y añadirle la coletilla: “¿Cómo que…?” Naturalmente, el oyente capta inmediatamente el carácter absurdo o reprobable de la declaración citada.
 
Las mejores armas de la retórica las despliega FJL en las primeras horas de la mañana, antes de la tertulia. Luego tiene que ponerse el ropaje de conductor del programa y ejercer de árbitro. Pero bueno es él para resignarse a la neutralidad. Sus mejores momentos están por llegar. En medio de la tertulia, baja de las gradas como conductor del programa y se coloca los arreos del gladiador. La ley no escrita del pecking order (= la primacía de las aves para picar y no ser picadas) le faculta para interrumpir a todos los demás. Los tertulianos han aprendido que cada uno de ellos tiene que esmerarse en ascender por la escala del pecking order. Esa aparente confusión es la que da “vidilla” a la tertulia.
 
Como el secreto de la radio hablada es la repetición, FJL se recrea en la suerte con una acumulación desusada de adjetivos más o menos sinónimos. Quizá algunos los repita demasiadas veces; por ejemplo, grotesco. Pero lo exige el guión de cada día, el que presenta la comedia humana de la política. La idea es que los políticos aparecen como personajes en el “tinglado de la antigua farsa”, si se me permite otro recuerdo literario.
 
Decía Jaime Campmany (tertuliano que fuera de “La Mañana”) que el buen comentarista político sabe manejar el dicterio sin que lo parezca y sin que se tome como un insulto inveterado. FJL se aplica a esa difícil tarea con ingenio y delectación. ¿Quién puede mejorar lo de “sacamantecas del turbante”? Varios destinatarios puede tener esa figura o también lo de “cara de platino iridiado”, que dedica el de Teruel a un impávido ministro de defensa de sí mismo. Es una hipérbole merecida. ¿Quién se puede querellar si recibe el epíteto de “ignaro” o “nesciente”? Parecen piropos.
 
Un recurso que maneja FJL con maestría es el de las alusiones geográficas. Siempre caen bien, aunque puedan ser burlonas. A los españoles les gusta mucho identificarse con la patria chica, que no tiene por qué ser la de nación (= nacimiento), sino a veces solo la de veraneo. Brindo al de Teruel esta cita auténtica, el lema oficial de la ciudad de Zaragoza: “La muy noble, muy legal, muy heroica, siempre heroica, muy benéfica e inmortal”. La cita me da pie para comentar el adjetivo favorito de FJL, que es el de “heroico”, siempre con un sentido irónico, sarcástico. Es inevitable el recuerdo de la primera frase deLa Regenta: “La heroica ciudad dormía la siesta”. He visto que Felipe Trigo utiliza alguna vez ese sentido de “heroico” con ironía. Reconozco que estas notas sobre el lenguaje de don Federico no son nada objetivas. Espero que algún libertario más curioso las complete con mayor distancia y superior conocimiento. Ya se sabe, yo no soy lingüista.

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