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Amando de Miguel

Variaciones idiomáticas

Ernesto Cárdenas Cangahualo, me pide la opinión sobre la decisión de la RAE de calificar de españolismos los vocablos que solo se emplean en España y no en Iberoamérica. Me parece muy bien. La única pega (esa palabra es ya un españolismo, en el sentido de dificultad o reparo) es que, hoy los españolismos no suelen ser de España entera. Aquí tenemos regionalismos de unas regiones y no de otras. Al igual que también en Iberoamérica hay diversos regionalismos. Pero todos nos entendemos.
 
Mauricio Ballestas (Venezuela) dice que le choca mucho esa construcción de a por de los españoles. A él le suena mejor “voy por el pan”. ¿Qué quiere que le diga? En España nos suena mejor “voy a por el pan”, aunque algunos puristas digan que es un vulgarismo. Resuena una vieja norma gramatical de que no deben enunciarse dos preposiciones seguidas. Pero hay tantas excepciones (para con, de entre, etc.) que ya no puede mantenerse. El “a por” suena mejor unas veces y otras va más suelto el “por”. Por ejemplo, “hoy por ti, mañana por mí”. Pero “voy a por ti” tiene una fuerza inigualable en el sentido de que “no voy a dejar que te escapes”. Recordemos un famoso eslogan de cuando la República española: “A por los 300” (diputados). De todas formas, el español admite todo tipo de variaciones territoriales, de país a país, y dentro de cada país.
 
Néstor Otero Rando (español de origen argentino, residente en Santiago de Compostela) vuelve a lo del juego de hacer planear la piedrecita por la superficie del agua. En la Argentina lo llaman “hacer sapitos”. Don Néstor anima a los libertarios digitales a que “desacartonemos” la lengua. Ese verbo en el Rio de la Plata es tanto como “restar solemnidad a una cosa”. Incorporado queda desde ahora a esta seccioncilla de la lengua viva.
 
Adriana Gámez me envía una notable precisión. En México la “tiendita de la esquina” se conoce como “abarrotes”, pero también hay lugar para la “tienda de ultramarinos”. Es la que, regentada por algún gallego o asturiano, vende productos originarios del otro lado del Atlántico, como quesos, chorizos, patés, etc. Ahora se llamaría delicatessen. Añado que ese nombre es el de la tienda típicamente judía para comidas frías de calidad. La explicación es que los judíos ortodoxos no cocinan el sábado y ese día compran comida hecha.
 
Jaime Lerner (Tel Aviv, Israel) me envía un lúcido y lucido ensayo sobre las fecundaciones entre distintas lenguas. Don Jaime se crió en el Uruguay con influencia del guaraní, el hebreo, el castellano y el ladino. Así, conjugaban el verbo trabajareven, “con el significado de deslomarse trabajando, mezcla del trabajar castizo con horeven del yiddish y el alemán medieval: trabajad como un esclavo”. Creo que don Jaime tiene un libro con su experiencia idiomática. Hará honor a su apellido: Lerner (= ilustrado).
 
José Luis Germán (el del “desarrollo perdurable”, estupendo hallazgo) me comenta que los franceses dicen “parler francais comme une vache espagnole”. Según le contaron, se transformó “basque” por “vache”, pues se supone que los vascos hablaban un francés defectuoso. Antonio Pérez Martín dice que en alemán, para indicar que no se entiende nada, dicen “das kommt mir spanisch vor”. Algo así como “me suena a chino”. Nosotros atribuimos a los chinos, a los griegos (= gringos), a los bárbaros un modo de hablar ininteligible. Son formas suaves de racismo lingüístico. No hacen mal a nadie.
 
 Johannes Kothny, a propósito del comentario sobre una frase checa (“es un pueblo español”) para indicar que “algo no se entiende”, sostiene que es también una frase alemana. No en vano la influencia cultural alemana en Bohemia y Moravia siempre fue considerable.
 
Gerardo Markuleta considera que lo de identificar la vozgudaricon los godos es una fantasía. Para don Gerardo es claro que se trata de un neologismo derivado del vascoguda(= guerra). No entro ni salgo, pero a saber ahora de dónde vieneguda. ¿No podría relacionarse con los godos? Después de todo, para los romanos eran unos pueblos germánicos o eslavos, muy belicosos. El latín influyó mucho en el vascuence, mil años antes de que los vascos hablaran castellano.

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