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Amando de Miguel

Vox a partir de ahora

Lo más probable es que los otros partidos de la derecha se aproximen a Vox, lo absorban o lo imiten.

Lo más probable es que los otros partidos de la derecha se aproximen a Vox, lo absorban o lo imiten.

Los psicólogos han estudiado el efecto de situarse en minoría de uno. Confrontadas las opiniones y sentimientos en un pequeño grupo, quien se siente aislado en una posición contraria a los demás acaba por ceder para plegarse a la moda estadística, lo que se lleva. El efecto contrario también se cumple excepcionalmente; es el que se muestra en la hermosa película Doce hombres sin piedad (Henry Fonda). Es ahí donde se vislumbra la misteriosa capacidad de liderazgo que privilegia a algunas personas.

En el plano colectivo es más interesante aún ese efecto del atractivo que a veces suponer estar en minoría de uno. Por ejemplo, en la panoplia de los actuales partidos políticos en España, además de la clásica dicotomía izquierda-derecha (más los nacionalistas y localistas) funciona una novedosa oposición: Vox. Se enfrenta a todos los demás partidos establecidos, singularmente a los otros dos de la derecha: PP y Ciudadanos. Lo más probable de tal contraste, a la larga, es que los otros partidos de la derecha se aproximen a Vox, lo absorban o lo imiten. Dejando los prejuicios a un lado, el hecho es que Vox proclama ciertos principios o líneas de acción que lógicamente deberían atraer al PP y a Ciudadanos. Por ejemplo, controlar la inmigración extranjera desbocada, derogar la estúpida ley de memoria histórica, acabar con las odiosas manifestaciones de la ideología de género, frenar el separatismo, suprimir la desigualdad que supone valorar más el testimonio de la mujer que la del varón en los casos de violencia doméstica, fomentar el patriotismo, exigir el derecho a recibir la enseñanza obligatoria en lengua castellana en las regiones con dos idiomas, reformar a fondo el desmadre de las autonomías, oponerse al excesivo intervencionismo de la Unión Europea. Ya no se puede sostener que todas esas ideas son extremas, ultras o fascistas. Es algo que se dice para no enfrentarse resueltamente a resolver muchos problemas de convivencia que afecta a la nación española, que no es "nación de naciones", como aviesamente a veces se dice.

Hay una implícita demostración de que no resulta descabellado el vaticinio sobre el posible atractivo de Vox sobre otros partidos de la derecha. Es el hecho de que tanto el PP como Ciudadanos se sienten acomplejados de sentirse de derechas. Por eso prefieren asegurar que son de centro o de centroderecha, precisiones que no terminan por convencer. De ese disimulo procede la actitud de desprecio hacia Vox. Ya se sabe que, tanto en la vida de la política como en la de las familias, los rencores más atravesados son los que se establecen entre parientes.

La verdadera posición ultra o fascista es la de ejercer la violencia contra Vox, alentada por la actitud de menosprecio que manifiestan los líderes de los otros partidos, singularmente los de la izquierda y los separatistas. Uno de los rasgos típicos del fascismo es la segregación y el ataque hacia los que se tachan de diferentes.

Hasta hace poco los planteamientos de Vox provenían de una formación política extraparlamentaria, pero ahora ya tenemos a los voxeros asentados en el Congreso de los Diputados y en otros órganos deliberativos. Así pues, las propuestas de Vox ya no tienen por qué sonar de forma radical o extemporánea. Es decir, se van a tener que discutir y negociar con cualesquiera otras que hayan presentado los partidos establecidos. Todo es cuestión de ponerse a hablar con calma. No otra cosa quiere decir el "Parlamento". Bien es verdad que el auténtico diálogo de los políticos se ventila ahora en los restaurantes, donde habrá más o menos luz, pero no taquígrafos. Es decir, lo que ahora priva es la negociación más o menos reservada entre los edecanes de los respectivos partidos en liza. Con tal formato se facilita mucho la superación de los posibles conflictos. Por eso mismo parece una desfachatez que un portavoz de Ciudadanos se haya atrevido a declarar que los líderes de su partido no se sientan a la misma mesa con los de Vox. La paradoja es que muchas veces se da el caso de que Ciudadanos necesita los votos de Vox para gobernar en ciertos ayuntamientos y otros órganos colegiados.

De momento, la gran paradoja es que el ninguneado Vox se convierte en la verdadera oposición del juego parlamentario. Áteme usted esa mosca por el rabo.

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