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Andrés Benavente

Chávez, de nuevo la vieja izquierda

En declaraciones recientes, el Presidente Hugo Chávez ha señalado que "la democracia representativa había sido una trampa para Venezuela", justificando así su firma "con reservas" de la cláusula democrática de los Acuerdos de Quebec.

Con ello adopta la vieja posición de la izquierda tradicional latinoamericana, para la que la democracia era "superficial" y "burguesa", y preconizaba su sustitución por un socialismo al estilo cubano. Esta izquierda es la que ahora promueve movilizaciones en contra de la globalización, donde conjugan sus nostalgias con su siempre vigente vocación anticapitalista. El lenguaje populista de Chávez aparece atractivo para una variada gama de actores que van desde los guerrilleros colombianos a sectores "rebeldes" de las Fuerzas Armadas ecuatorianas que precipitaron hace algún tiempo la renuncia del presidente constitucional de ese país.

Los antecedentes de Chávez avalan su tendencia no democrática. Irrumpe en la vida pública a través de un fallido golpe de Estado que encabeza como militar. Posteriormente su discurso electoral se centra en agudizar la destrucción del sistema político –desprestigiado por la corrupción de la clase política– para levantar como gobernante un nuevo esquema institucional personalista con un poder político altamente concentrado y con una economía donde el Estado, además de regulador, es empresario, tal cual se conoció en los años sesenta del siglo pasado y que concluyó en incremento de la pobreza y aumento de la conflictividad social.

Más que pluralismo político, elecciones informadas y alternancia en el poder –todos ellos principios claves de una democracia– Chávez propugna un régimen donde los ciudadanos participan a través de plebiscitos ratificatorios, jibarizando los mecanismos de representación para así potenciar su autoridad centralizada. Recurre al ya conocido método de los totalitarismos donde la manipulación gubernamental termina subrogando la voluntad de los individuos. Así ocurrió con la Alemania de Hitler y así acontece hasta ahora en la Cuba de Castro.

Al definirse contra la globalización, trata de buscar un cierto liderazgo en la izquierda radical latinoamericana, aun cuando éste se sustente en consignas populistas y posturas contingentes más que en visiones de largo alcance. De paso, cree con ello solucionar el grave problema interno que significa la persistencia de una aguda crisis económica que su gobierno es incapaz de resolver, lo que está acarreando un creciente descontento social. Si bien su régimen constituye una propuesta absolutamente inviable, no deja de ser en el corto plazo un factor de amenaza para la estabilidad democrática en la región.

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