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Andrés Benavente

La vía chaviana al marxismo

Cuando todo parecía indicar que tras el colapso de los socialismos reales, el marxismo como ideología quedaba relegado sólo a unas pocas experiencias, entre ellas la de Cuba, que se agotarían prontamente, emergió el militar venezolano Hugo Chávez, primero intentado tomar el poder a través de un golpe de Estado y años después, ganando las elecciones presidenciales en un escenario de crisis generalizada del sistema democrático de ese país.

Inicialmente el gobierno de Chávez ha sido calificado de populista, reeditando muchas de las premisas de la economía intervencionista de los años sesenta, gobernando con un estilo confrontacional y demagógico que pudo darle dividendos electorales en un comienzo, pero que le ha sido insuficiente para superar la deteriorada situación económica por la que atraviesa Venezuela, a pesar de contar en el último tiempo con un favorable precio del petróleo.

Con el paso del tiempo, sin embargo, el gobernante ha ido evidenciando su real perfil: el de un marxista tardío que busca, a partir de tal definición, de manera megalómana, mostrarse como líder internacional. Dos son los principales indicadores en que sustentamos nuestra afirmación.

En primer lugar está su proyecto educacional, elaborado por el ex guerrillero, Carlos Lanz. A través de él se busca "adiestrar a los ciudadanos a ser protagonistas críticos en la democracia participativa", reforzando la "identidad y solidaridad nacional", y rechazando explícitamente "el individualismo, la competitividad y la concentración de la propiedad". El mismo Chávez reconoce que la educación "debe adherirse a un concepto estratégico". Como ha ocurrido en Cuba y como intentó hacerlo en Chile Salvador Allende a través de su fallido proyecto de "Escuela Nacional Unificada", lo que se busca es adoctrinar a los niños y jóvenes en concepciones socialistas tradicionales, aun cuando éstas sean piezas de arqueología política en la mayoría de los países.

En segundo lugar, está la amenaza de usar métodos violentos para imponer por la fuerza su "proyecto revolucionario" si lo que él califica como absurda democracia representativa se lo bloquea. Esta extorsión al sistema democrático tampoco es nueva. En Chile, hace veinte años, Allende decía al Congreso Nacional que de su realismo dependía "que a la legalidad capitalista suceda la legalidad socialista sin que una fractura violenta a la juridicidad abra las puertas a excesos que responsablemente queremos evitar".

Estos procesos de radicalización no son gratuitos. Polarizan al país, postergan la solución de los problemas económicos, pero también –a contrapelo de quienes los impulsan– despiertan en los individuos fuerzas renovadas para rechazar los intentos totalitarios y luchar por la libertad. Es un escenario que con toda probabilidad terminará dándose en Venezuela.

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