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Andrés Benavente

La visita de Lagos

Estos días se encuentra en España el presidente de Chile, Ricardo Lagos. El propósito de su estadía es doble: en lo formal, restablecer una mayor afinidad en la relación bilateral, luego del desafortunado "incidente Pinochet" provocado por un juez que dio una señal de una tendencia que se ha insinuado en varios escenarios: la judicialización de la política.

En lo sustantivo, Lagos busca dialogar con los empresarios españoles no sólo para ofrecer a sus inversiones las fortalezas de Chile, que se caracteriza por su estabilidad político-institucional y por el afianzamiento de una estrategia de desarrollo de libre mercado, sino, de manera importante, para establecer un clima de confianza hacia su gobierno, dada su militancia socialista.

No es la militancia el problema de Lagos. En muchos países el socialismo democrático ha podido compatibilizarse bien con la economía de mercado y, en no pocas veces, tal fluidez ha sido mayor que en el caso de algunos gobiernos conservadores, todavía nostálgicos del proteccionismo comercial.

El principal problema de Lagos es establecer bases de credibilidad. No fue en el pasado –no tan lejano por lo demás– un hombre que creyera en el mercado. Por el contrario, postulaba en el promedio de la década de los ochenta que "el Estado debe cruzarlo todo" y por cierto la economía. Su aceptación del mercado ha sido paulatina y aunque progresiva no menos instrumental.

De allí que de tanto en tanto afloren en sus discursos y decisiones contradicciones o inconsistencias. En materia de privatizaciones, pese a que suele aceptarlas ahora programáticamente, puso un claro freno a la expansión de las inversiones privadas en las empresas sanitarias, varias de las cuales aún son estatales. En el tema de la legislación laboral ha enviado a trámite legislativo un híbrido proyecto de ley que genera incertidumbre a los inversionistas por su tendencia a rigidizar más que a flexibilizar el mercado del trabajo. Frente al radicalismo étnico –al que condena en sus discursos–, no lo ha combatido en sus comportamientos violentos, que han llegado a afectar a inversiones españolas como es el caso de Endesa y la construcción de la represa Ralco.

Es cierto que no ha echado pie atrás en lo fundamental del modelo económico liberal, pero su administración ha ido sembrando desconfianzas. No ha sido capaz de mostrar un gobierno cohesionado y en muchas oportunidades sus ministros visibilizan posturas contradictorias en materias económicas, reflejándose aquí una debilidad más profunda: su coalición de respaldo, la Concertación por la Democracia está profundamente fracturada entre dos corrientes, la estatista y la liberal. Unida por el pasado (el rechazo a Pinochet), ha perdido la capacidad para estructurar una propuesta de futuro. De allí que la mejor garantía que Lagos puede ofrecer a los empresarios españoles es mantener bien la economía del país hasta que un nuevo gobierno, de signo distinto le suceda en el poder.

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