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Ángel Martín Oro

¿Aguantará Estados Unidos?

Lo que sí parece cierto es que la probabilidad de default de la deuda norteamericana ya no es cero.

Esta misma pregunta se formulaba el profesor del IESE Antonio Argandoña, allá por el 18 de enero de 2003 en La Gaceta del Sábado. Obviamente, la situación actual, aunque herencia de ese año, no se asemeja demasiado a la de 2003. Si en esa ocasión tenía sentido formularse tal pregunta, ahora mucho más.

A lo largo de los dos últimos años, desde que comenzó la crisis, se han sucedido las reflexiones en torno a la fortaleza de la economía norteamericana. Las respuestas han sido variadas, desde los más optimistas (o menos pesimistas) que ven una recuperación inminente más o menos sólida, a los más catastrofistas, quienes llegan a prever hiperinflación o colapsos monetarios de primer orden –cayendo en la sensata crítica que Robert Higgs dedicaba a los agoreros, quien hace notar que en sus análisis nunca aborden el qué pasará después.

En el artículo de 2003, el profesor Argandoña advertía de ciertos fenómenos preocupantes dentro de la economía norteamericana, como el hecho de que los norteamericanos estaban viviendo muy por encima de sus posibilidades –con un gasto muy elevado y un ahorro ridículo–, endeudándose masivamente con el exterior y dependiendo totalmente del crédito. Pero esta práctica tenía un límite: "En cualquier momento [los países extranjeros, especialmente los asiáticos y emergentes] pueden decidir reducir su flujo de fondos hacia Estados Unidos".

Unos años después podemos constatar la insostenibilidad del crecimiento económico estadounidense de la última década, basado en una burbuja de crédito que alimentó y sostuvo una fase de artificial auge económico. Y unos años más tarde, no podría ser de mayor relevancia la advertencia que apuntaba el profesor Argandoña, referida en este caso a la deuda pública: en cualquier momento los acreedores del Tesoro de Estados Unidos pueden decidir reducir su flujo de fondos, o exigir tipos de interés sensiblemente más elevados.

Las políticas de la administración de Obama han disparado la deuda pública hasta niveles sin precedentes, como se muestra en este gráfico. El déficit público también está disparado, y las cuentas públicas empiezan a preocupar al establishment norteamericano, que alerta de un nivel de déficit "altamente insostenible". Pero puede que lleguen un poco tarde: la agencia de calificación de deuda Moody’s lanzó una importante advertencia al Gobierno estadounidense de que deben recortar gastos y controlar urgentemente el déficit, si no quieren que acaben rebajando la calidad de la deuda pública.

Si bien esto parecía impensable hace muy poco tiempo –y quizás lo siga siendo ahora–, los recientes acontecimientos nos están enseñando a no descartar escenarios posibles, por improbables que parezcan (¿quién hubiera previsto el colapso de Islandia?). Este toque de atención sugiere que nadie, por muy potencia económica que se sea, debe confiarse y permitirse el lujo de gastar y endeudarse –todavía más– como si no existiera mañana, ni intereses que pagar.

Pero quizás lo más preocupante es que los escenarios más pesimistas no sólo vienen lanzados por quienes aprovechan la mínima ocasión para predecir el colapso y la tragedia más absoluta, sino que vienen avalados, al menos parcialmente, por datos. Algunos de estos datos los analizaba recientemente el analista independiente Charles Hugh Smith.

En primer lugar, dice Smith que en este año se estima que el Tesoro necesitará encontrar compradores para alrededor de 1,6 billones de dólares en bonos estadounidenses, lo que refleja el gran y creciente agujero fiscal que se proyecta para 2010 y 2011. Esta cifra superaría la de 1,42 billones de 2009, que a su vez multiplicaba casi por tres la de 2008. Por poner estas desorbitadas cifras en contexto, los dos mayores acreedores de EEUU del mundo, China y Japón, poseen juntos unos 1,65 billones de dólares en bonos americanos. Dicho de otra manera, estos dos países deberían doblar en un solo año la cantidad total de deuda norteamericana que poseen para financiar todo el déficit.

La pregunta, pues, es obvia: ¿existirá demanda para una cantidad tan ingente de deuda pública? En el último año, según muestran algunos analistas, el ritmo de compra de deuda americana por parte del exterior se ha desacelerado, mientras que las familias norteamericanas han incrementado notablemente sus préstamos al Gobierno. El restante, que es una cantidad muy notable, ha sido absorbido por la Reserva Federal en su programa de expansión monetaria de "relajación cuantitativa" (quantitative easing).

Pero, volviendo a lo que decía el profesor Argandoña, en cualquier momento el público, ya sea nacional o extranjero, puede decidir reducir su flujo de fondos hacia la compra de bonos del Tesoro. Así que no sería improbable ver en el futuro próximo cómo suben los tipos de interés –con las consecuencias que ello genera –, como vía para atraer una demanda que escasea, y quizás unido a una mayor percepción de riesgo por parte de los inversores.

Una alternativa a este escenario consistiría en que la Fed continúe expandiendo su balance mediante la compra directa de deuda pública. Pero los riesgos inflacionarios de esta estrategia deben tenerse muy en cuenta, a pesar de que es una opción atractiva para los políticos. Tampoco debe despreciarse la posibilidad, mucho más halagüeña pero quizás poco realista, de que la economía norteamericana se recupere de manera inminente, y genere los ingresos necesarios para tapar, siquiera de manera chapucera, algunos de los agujeros fiscales más urgentes.

Un riesgo añadido que perciben diversos analistas es el efecto contagio que se podría desencadenar si se recrudecen los ya graves problemas de algunos estados con respecto a su deuda soberana: la Torre de Babel de deuda estadounidense podría sufrir temblores significativos.

Entonces, ¿aguantará Estados Unidos? En estos tiempos pocas certezas acerca del futuro pueden sostenerse, y esta cuestión no es ninguna excepción. Lo que sí parece cierto es que la probabilidad de default de la deuda norteamericana ya no es cero.

Aunque ciertamente, tampoco le haría ningún mal la administración Obama el sobreestimar la posibilidad de impago, si ésa es la única forma de garantizar una pizca de disciplina fiscal. 

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