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Ángel Martín Oro

Los diez mandamientos del profeta Blanchard

Quizás sea mejor desconfiar de presuntos profetas económicos que, lejos de acertar en sus previsiones del futuro a través de la revelación divina, yerran estrepitosamente gracias a un juicio humano más que discutible.

Desde el prestigio académico debido a décadas de experiencia en la primera línea de los economistas, y con la autoridad que le otorga el puesto de economista jefe del Fondo Monetario Internacional, Olivier Blanchard acaba de traer al mundo los Diez mandamientos para el ajuste fiscal en las economías avanzadas, un artículo publicado junto a Carlo Cottarelli, donde tratan de aleccionarnos sobre cómo se deben ejecutar los planes de consolidación fiscal que ya se están implementando en diversos países.

Para algunos, estos planes levantan grandes preocupaciones e incluso rechazo. El caso paradigmático sería el de Paul Krugman, quien continúa defendiendo que hay que continuar con los estímulos fiscales, y que el déficit público no debería ser una preocupación en estos momentos, con altas tasas de desempleo y una producción muy por debajo de su potencial.

Para otros, estos planes responden a una perentoria necesidad: poner por fin las finanzas públicas en orden, aunque sea de forma parcial, y abandonar esa práctica –tan alabada por algunos, aunque de forma sutil– de gastar muy por encima de nuestras posibilidades, que es la que en parte nos ha llevado a la situación de crisis.

Blanchard se situaría en una especie de punto medio entre estas dos posiciones. Se debe proceder a la consolidación fiscal, pero hay que tener cuidado con llevarla demasiado lejos, porque podría perjudicar la recuperación económica, sostiene. Las claves para llevarla a cabo con éxito son varias: ser claros, concretos y creíbles en los objetivos de reducción de déficit/deuda, implementar las adecuadas reformas estructurales, y recibir un poco de ayuda de la política monetaria y el crecimiento de los países emergentes.

El Gobierno español podría tomar nota de algunas de estas recomendaciones, evidentes para la mayoría de expertos. Desde comienzos de la crisis, la política informativa de Zapatero ha dejado bastante que desear, con contradicciones múltiples entre distintos miembros del Ejecutivo; gran ambigüedad en las propuestas de política económica, como es el caso de la reforma laboral. Además, la credibilidad no es uno de los activos que gocen de mejor salud en la administración socialista.

Pero del texto de Blanchard también se incluye algún recadito para que Obama y su Administración abandonen el doble rasero en el que están incurriendo en relación a las finanzas públicas. Al menos así lo interpreto cuando dice que "Las promesas de acción futuras [de cara al ajuste fiscal] no serán suficientes". Hasta ahora, el gobierno norteamericano, con Obama y su secretario del Tesoro Geithner a la cabeza, se ha llenado la boca de promesas y de la necesidad de reducir el disparado déficit a niveles más sensatos, pero no han pasado ni mucho menos de las palabras a los hechos.

Si bien parte de sus recomendaciones, como las anteriores, pueden tener bastante sentido, habría que añadir importantes matices sobre Blanchard. En primer lugar, antes de exigir orden en instituciones ajenas, debería ser más exigente con la institución de la que él es economista jefe: el FMI, con errores garrafales en sus previsiones y recomendaciones discutibles. En segundo lugar, era este mismo organismo internacional quien hasta hace nada recomendaba continuar con los estímulos fiscales para evitar una recaída en la actividad económica. De no haber sido por sus recomendaciones, muy posiblemente no tendríamos los graves problemas fiscales que sufrimos en algunas economías avanzadas, y hacia las que se dirigen los "mandamientos". Y desde el punto de vista teórico, las ideas que ha propuesto Blanchard tras la crisis, con el fin de construir un nuevo consenso entre los macroeconomistas, también dejan bastante que desear como ya analizara Juan Ramón Rallo.

Después de todo, quizás sea mejor desconfiar de presuntos profetas económicos que, lejos de acertar en sus previsiones del futuro a través de la revelación divina, yerran estrepitosamente gracias a un juicio humano más que discutible.

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