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Ángel Martín Oro

Los gobiernos juegan al subibaja con la economía

No todo lo que sube tiene por qué bajar. Pero sí todo lo que sube de forma ficticia e insostenible (y en esto consiste estimular la demanda y la actividad con gasto público o subsidios fiscales), tiene que bajar un día u otro.

Los intentos de solucionar la crisis económica por medio de mayor intervención gubernamental y gasto público no parecen estar dando los resultados que algunos esperaban. En Estados Unidos, la Administración Obama preveía tener en estos momentos una tasa de desempleo ligeramente por encima del 7%, plan de estímulo mediante. Sin él se preveía cerca de un 9%. Sin embargo, la realidad es que, con el plan de estímulo aprobado, la tasa de paro está cerca del 10%.

A Bernanke tampoco le están saliendo las cosas como esperaba, si bien esto no es ninguna novedad. Muy al contrario, su historial de declaraciones revela que no se enteró en absoluto de lo que se venía encima del sistema financiero americano y que tampoco supo diagnosticar bien la profundidad y gravedad de la crisis. De ahí que cada cierto tiempo cambie su discurso. Algo comprensible, dadas las cosas que decía por junio de 2007: "Parece improbable que los problemas del sector subprime se trasladen seriamente a la economía agregada o al sistema financiero".

Pero yendo más allá de las nefastas previsiones de muchos, los datos de las últimas semanas nos han mostrado el carácter efímero de los planes gubernamentales de fomento de la actividad económica. Ya sea tratando de estimular la economía en su conjunto, o sectores particulares deprimidos, diversos gobiernos se encuentran con la cruda realidad: que las cosas no son tan fáciles como ellos creen, que la economía no es tan maleable como a ellos les gustaría.

Repasemos estos datos. En primer lugar, hemos conocido los datos de crecimiento de la economía norteamericana en el segundo trimestre. Muestran que la tan ansiada recuperación y vuelta al crecimiento todavía no está en el horizonte más cercano. Como sostenía Juan Ramón Rallo en estas páginas, después del estímulo viene la recaída. Así, las inyecciones de gasto público lo único que habrían conseguido es, en el mejor de los casos, retrasar un tiempo ciertos reajustes que la economía americana necesita.

El segundo dato fue el de la drástica caída en la venta de viviendas en Estados Unidos tras unos meses en los que las ventas se dispararon. La causa de esto ha sido el programa de ayudas fiscales para la vivienda (cuya cuantía podía alcanzar como máximo 8.000 dólares por transacción) que puso en marcha Obama, apoyado por los lobbies del ramo (banqueros hipotecarios, constructores, etc.). Los beneficios de esta política para los norteamericanos de a pie me resultan difícilmente identificables. Quizás es que la misma aprobación de esta medida no tenía nada que ver con favorecer el "interés general".

Por si pensáramos que el gobierno americano es el único especialista en esta materia, el tercer dato viene de España. El Plan 2000E, que subvencionaba las compras de automóviles con hasta 2.000 euros, ha conseguido una proeza similar a la de Obama con la venta de viviendas: tras un auge corto basado en estas ayudas, las ventas de turismos en agosto han sufrido un desplome histórico. Algo totalmente predecible, por otra parte. En su Informe Mensual de mayo 2010, el Servicio de Estudios de La Caixa afirmaba lo siguiente:

Las ventas de automóviles registraron el máximo incremento interanual de la serie histórica, el 63,1% en marzo. No obstante, esto se debe en parte [...] a la anticipación para acogerse a unas ayudas del plan 2000-E limitadas.

Algunos nos planteábamos en su momento qué pasaría después de retirar esas ayudas: "¿Veremos una caída brutal de los indicadores en los próximos meses?", me preguntaba. En efecto, así ha sido, tal y como ocurría con los dos casos anteriores.

No todo lo que sube tiene por qué bajar. Pero sí todo lo que sube de forma ficticia e insostenible (y en esto consiste estimular la demanda y la actividad con gasto público o subsidios fiscales), tiene que bajar un día u otro. Es una perogrullada, pero a veces parece que se olvida.

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