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Aníbal Romero

Chávez, el Sadam tropical

La decisión judicial sobre los pistoleros del 11 de abril de 2002 ha ratificado que el régimen "revolucionario" de Hugo Chávez es criminal y canalla. Lo primero porque comete crímenes; lo segundo porque los encubre y convierte en héroes a los que ensangrientan sus manos en defensa del oprobio. Venezuela se ha hundido en un pantano de degradación moral y ruina socioeconómica, y el régimen avanza hacia la meta de colocar al país en la lista internacional de "Estados forajidos", todo ello ante la mirada impasible de una Fuerza Armada ya posiblemente destruida, o en todo caso incapaz de preservar el orden constitucional. Estamos en manos de un grupo de hombres y mujeres dispuestos a conducirnos al más profundo abismo, y el vigor de la resistencia democrática parece adormecido.

En tales circunstancias, resulta especialmente miope de parte de miembros de la oposición democrática asumir una posición ambigua, o abiertamente crítica, en torno a la guerra que Estados Unidos y Gran Bretaña llevan a cabo contra la satrapía iraquí. Es inconcebible que no caigan en cuenta de la vinculación entre esos eventos y la situación venezolana. La alianza sicológica, política y estratégica entre el régimen chavista y el "eje del mal" internacional es inequívoca.

Hugo Chávez se identifica con Sadam Husein, al igual que con Castro; su meta es el control total de la sociedad, y aferrarse para siempre en el mando. Sus ambiciones trascienden el ámbito venezolano y se insertan en un proyecto de transformación mundial, en alianza con los grupos que salen a las calles a vociferar contra Estados Unidos y apoyar al dictador de Bagdad, y que se solidarizan con un "proceso" que está dirigiendo a Venezuela al foso de una atroz pobreza y una ignominiosa opresión.

Asombra que mentes lúcidas se dejen arrastrar por el anti-yanquismo, o por un sentimentalismo superficial e inútil, perdiendo de vista los parámetros geopolíticos en que se enmarca nuestra crisis, así como las duras realidades de una oposición desalentada, carente de líderes, de conducción política y estrategia de acción, enfrentada a un gobierno prepotente, dispuesto a todo, sin escrúpulos ni límites, armado hasta los dientes, propenso a la violencia y repleto de dinero. La alianza de Chávez con Sadam Husein, Castro, los Ayatolas iraníes y todo el elenco del "mundo del desorden" es una realidad de un peso y un significado cruciales. Si aparte de todos los errores que hemos cometido como oposición nos equivocamos también en la respuesta a la pregunta, ¿con quién estamos y contra quién estamos?, nos haremos merecedores del destino que nos tiene reservado la "revolución".

El régimen chavista es criminal y canalla; no ha llegado todavía tan lejos como la tiranía iraquí no porque no haya querido, sino porque el contexto internacional y la menguante resistencia interna se lo han dificultado. La derrota de Sadam Husein no solamente significa un mejor porvenir para el pueblo iraquí, un proceso de cambio democrático en el Oriente Medio, y un incentivo para la reforma de la oxidada ONU y de la hipocresía y cobardía que la afectan, sino que tendrá un poderoso efecto disuasivo sobre nuestro aspirante a tirano y su "revolución".

A pesar de todos sus errores, de la ceguera que ha caracterizado su política hacia Chávez, y de su lentitud en afrontar la amenaza que se perfila desde Venezuela para la seguridad de la región latinoamericana, Washington ha ido aprendiendo con el tiempo y la alianza chavista con Sadam Husein no debería dejar dudas sobre lo que está en juego. Hugo Chávez tiene la ambición, la estrategia, las motivaciones y la vocación para convertirse en el Sadam tropical. No tiene todos los recursos, pero puede llegar a tenerlos. La amenaza que se cierne sobre los venezolanos, su libertad y su democracia, es mortal. Chávez no cree en elecciones que puedan derrotar su sueño y jamás las admitirá. Que lo entiendan así la ONU, la OEA, Washington, los "países amigos" y una oposición que sigue en las nubes. Que lo entienda así lo que resta de la Fuerza Armada. En Venezuela se acabó la paz.

Aníbal Romero es profesor de ciencia política en la Universidad Simón Bolívar.

© AIPE

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