La lucha entre democracia y autoritarismo sigue planteada en América Latina. Por un lado es alentador constatar los avances para una concepción civilizada de la existencia política en países como México, Chile, y Brasil, entre otros. Por otro lado, el panorama se ensombrece en naciones como Venezuela, sometidas al experimento neocaudillista de un líder mesiánico, que combina los bien conocidos rasgos del demagogo populista con un desenfadado militarismo. En el Perú, eventos recientes abren una esperanza para la democracia, pero el horizonte todavía no se aclara del todo. Ni hablar de Cuba y la trágica permanencia en el poder de la abominable tiranía castrista.
Hugo Chávez, de ello no debe quedar duda, propone un modelo político y económico alternativo para la América Latina. Si bien es cierto que su "revolución" no se concreta aún de manera plena en Venezuela, sus grandes líneas de desarrollo son bastante evidentes, y por lo demás, poco originales. En lo político, se trata de un esquema cuasi-dictatorial, basado en el mando centralizado por parte del caudillo y la subordinación de los poderes legislativo y judicial a su voluntad, todo ello enmarcado en una creciente participación política de los militares y en constantes ejercicios plebiscitarios, que conceden una espuria legitimidad a un régimen profundamente autoritario.
A este modelo Chávez lo denomina "bolivariano", aunque poco tenga que ver con el pensamiento político de Bolívar, formulado hace casi doscientos años en muy diversas circunstancias, otorgándole además la designación de "democracia participativa", que el caudillo venezolano contrasta con la democracia representativa a la que condena como "inadecuada" para nuestros pueblos. En materia económica Chávez cuestiona el "neoliberalismo salvaje" y propone una "economía humanista", término tan vago y flexible que sirve para cualquier propósito. En realidad, bajo su régimen el Estado no ha hecho sino fortalecerse en detrimento de una ya escuálida economía privada, que agoniza aprisionada por los prejuicios anticapitalistas de una predominante ideología de izquierda.
A pesar de su pobreza intelectual, y del carácter voluntarista e insustancial de sus propuestas, el mensaje de Chávez constituye una seria amenaza para un continente que presenta severos contrastes sociales, y que luego de décadas de populismo y estatismo se encuentra en dificultades para responder con la rapidez y eficacia necesarias ante los desafíos de la globalización. De hecho, Chávez sueña (y lo ha afirmado en repetidas ocasiones), con la multiplicación de su "modelo" en el hemisferio. El caudillo venezolano está convencido de que tiene entre las manos una fórmula política que puede y debe verse emulada en otras naciones del área, todo ello orientado eventualmente a la constitución de un bloque geopolítico enfrentado a los Estados Unidos.
Esto puede sonar fantasioso y en cierta medida lo es, pero sería un error subestimar el potencial de desestabilización plasmado en el "modelo" chavista, y en particular lo que éste representa en cuanto al retroceso del civilismo y de concepciones ajustadas al Estado de Derecho en la región. Frente a estos peligros, desafortunadamente, no se ha generado una clara y firme respuesta de parte de los gobiernos democráticos del continente. Washington, por su lado, ha asumido una línea de apaciguamiento y comprensiva tolerancia hacia Chávez, en la creencia de que una política semejante será capaz de domesticarle y dirigirle por el "buen camino". Una vez más, Washington se equivoca al evaluar la condición de un verdadero revolucionario, como lo es hoy Chávez, y como en el pasado ocurrió con Fidel Castro.
La política latinoamericana de la actual administración estadounidense ha sido débil, vacía, carente de visión, inconsistente, espasmódica, sin iniciativas creadoras capaces de despertar el más mínimo interés y entusiasmo de los latinoamericanos. Ante esta notoria ausencia por parte de Washington, las políticas de promoción de la democracia y las economías abiertas en la región han perdido vigor, y ahora se encuentran ante nuevos riesgos, como el representado por el "bolivarianismo" chavista y sus anacrónicos postulados. Sólo cabe confiar que los venideros cambios políticos en Estados Unidos lleven a una toma de conciencia sobre esta compleja situación, y a una reformulación de la política norteamericana hacia América Latina, en defensa efectiva de la libertad, los derechos humanos, la economía de mercado y la subordinación militar al legítimo mando civil.
© AIPE
Aníbal Romero es profesor de ciencia política en la Universidad Simón Bolívar.
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