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Aníbal Romero

La derrota de Chirac y Schröder

Europa hoy es un continente acobardado ante un presente que no entiende y un futuro que no desea

Resulta gratificante contemplar la humillante derrota de dos reconocidos demagogos como Jacques Chirac y Gerhard Schroeder, así como de la mayoría de las élites políticas europeas, hoy sumidas en el desconcierto después del masivo "no" del electorado francés a la Constitución comunitaria. Este ilegible esperpento de 448 artículos, un verdadero monumento a la utopía burocrática de una tecnocracia engreída, ha sido arrojado al basurero de la historia, del cual con suerte no emergerá otra vez. La Constitución de los Estados Unidos, que ha perdurado por más de doscientos años, contiene sólo siete artículos llenos de sabiduría política y equilibrio intelectual. El Frankenstein europeo se equipara, salvando las distancias del caso, a la Constitución Bolivariana de Hugo Chávez, con sus centenares de artículos plenos de verborrea incomprensible y destinados al mismo fracaso.
 
Chirac y Schroeder, así como el resto de mandarines de una Europa decadente y atemorizada ante el futuro, merecen cada gramo de su derrota. Pero no hay que equivocarse: se trata de un derrumbe que trasciende lo puramente personal. El "no" francés ha oficiado los ritos fúnebres a un cadáver al que faltaba simplemente sepultar. Me refiero al cadáver de una Unión Europea concebida y adelantada por élites que nunca consultaron realmente a los pueblos, que siempre procuraron avanzar en nombre de la democracia pero sin admitir sus veredictos, y que ahora tratarán de seguir igual rumbo pero en condiciones muy distintas y adversas. El "no" francés, rotundo e inequívoco, señala que los europeos, con el electorado galo a la cabeza, rechazan a la vez a sus élites y al mundo moderno. En lo primero están teniendo éxito, en lo segundo no lo tendrán, con graves consecuencias.
 
La crisis europea es más profunda de lo que parece. Existe en primer término una grave crisis demográfica, pues los europeos no quieren tener hijos o tan sólo tienen muy pocos, de modo que la población cae en picado y las perspectivas al respecto son realmente preocupantes. Las economías europeas, con excepción de la británica, sufren de una severa patología, de un inmovilismo alentado por leyes anacrónicas, que impiden flexibilizar el mercado laboral y asfixian la innovación y la productividad. Como efecto de ello el desempleo en países como Francia y Alemania no hace sino aumentar. Por encima de todo, Europa padece de una crisis moral, suscitada por la decisión de la mayoría de asumir que pueden irse de vacaciones permanentes a un mundo ideal, sin guerras, sin violencia, sin radicalismos, sin fanatismos, que pueden aislarse en sus pequeños nichos de precario bienestar, subsidiados por un Estado benefactor crecientemente insolvente, y colocando sobre los hombros de las escasas nuevas generaciones, de los pocos jóvenes que trabajan, el peso de la holgura de los muchos que se retiran cada año.
 
La crisis moral invade a unas élites europeas que han hecho del odio hacia Estados Unidos una herramienta demagógica, para desviar la atención de sus propios fallos y limitaciones, y en especial para esconder su miedo a hablar con claridad a sus pueblos, a hacerles entender que el proceso de globalización es imparable, que Estados Unidos y China, entre otros, no van a aguardar a que una Europa cansada se sume al tren de los cambios que sacuden la economía mundial, y a los que se ajustarán los que tengan la visión y el coraje para hacerlo. En tal sentido, Chirac y Schroeder sólo postergaron las decisiones con sus actitudes ambiguas, su descarado y patético anti-yanquismo y su recelo frente a electorados a quienes no se atreven a dirigirse con la verdad en la boca.
 
Europa hoy es un continente acobardado ante un presente que no entiende y un futuro que no desea. La tendencia psicológica al aislamiento, la incapacidad espiritual para renovarse y asumir el imperativo de cambiar, la voluntad de aferrarse a un esquema de vida basado en la comodidad a toda costa, que incluye la infertilidad así como la tendencia al apaciguamiento ante el fundamentalismo islámico, auguran aún más complejos desafíos. En tal sentido, la actitud europea en general, y de demagogos como Chirac y Schroeder en particular, hacia Saddam Hussein y la guerra de Irak, ponen de manifiesto la erosión moral de una Europa que ha pretendido definirse con base en el antagonismo frente a Washington, dejando de lado por completo sus responsabilidades internacionales como conjunto de naciones democráticas, presuntamente amantes de la libertad.
 
El "no" francés constituye una herida mortal para el proyecto europeo, tal y como ha sido concebido y ejecutado por unas élites que no saben qué hacer con sus pueblos, con unos pueblos que aspiran escapar de la realidad.

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