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Antonio Golmar

Chicas fáciles

Circula por internet un manifiesto impulsado por el periodista Félix Madero que reclama a los poderes públicos apoyar a los autónomos con medidas concretas. Más que pedir la Luna, deberíamos exigir que nos dejasen en paz.

Se dice que los autónomos somos como esas chicas fáciles que excusan su ligereza diciendo "es que me dijo que me quería". Ojalá. Lo que en un trabajador por cuenta ajena se llama tener un día malo, en un autónomo es muestra de incompetencia o truhanería. Para los demás, una gripe a tiempo es un buen momento para releer recetas de cocina, ayudar a los niños a hacer los deberes o simplemente ponerse al día de la actualidad del corazón con algún programa de tv matinal, esos que ven los parados. El estornudo del autónomo marca el inicio de una tragedia.

Bob Dylan, y antes de él los anarquistas, decían que para vivir fuera de la ley hay que ser honrado. Los autónomos vivimos bajo la ley –en realidad, muchas leyes que todavía no hemos leído porque teníamos trabajo–, aunque la honradez nunca se nos presume, sino más bien lo contrario. Más de uno se imagina que somos descendientes de algún bandolero murciano. La otra noche, en un programa de televisión preguntaron a los telespectadores si los autónomos tenían derecho a quejarse. Casi la mitad de los participantes dijo que no.

Horarios de trabajo intempestivos, jornadas laborales a menudo propias de presos en galeras y rechazo social (la última vez que me quedé con la factura de una cena me chantajearon y tuve que pagar las copas), por no mencionar la ansiedad y la frustrante ajenidad que produce oír hablar de seguros sociales, Estado del bienestar y otras bicocas fruto del consenso europeo de la última postguerra.

Todo eso y más sería perfectamente soportable, incluso sano y vigorizante (nosotros sí que somos la última y orgullosa barricada contra el conformismo, y no los panolis de Christiania) si no fuera por unas autoridades empeñadas en hacernos pagar nuestro atrevimiento obligándonos a comparecer ante la Agencia Tributaria para registrar esa actividad económica cuyo código no aparece en ningún manual. "¿Y eso qué significa?", preguntas al funcionario. "Que lo que haces no viene, así que más te vale hablar con tu jefe y guardar las facturas por si las moscas".

La mosca no es que uno deje de pagar o que se niegue a actuar como recaudador de impuestos –que es lo mismo que te obliguen a hacerlo sin preservativo y encima pagar la prueba de paternidad– sino que mañana algún listo quiera ganarse el sueldo a costa de someterte a un tercer grado tributario. "Eso que haces es un poco raro, ¿no?".

Circula por internet un manifiesto impulsado por el periodista Félix Madero que reclama a los poderes públicos apoyar a los autónomos con medidas concretas. Entre ellas, una prestación por cese involuntario de actividad y una renta de subsistencia. Más que pedir la Luna, deberíamos exigir que nos dejasen en paz. El problema es que algunos políticos no pueden vivir sin hacer favores, y los ciudadanos sin aceptarlos.

Para eso, mejor seguir siendo chica fácil. Y a ti me supe entregar, por un puñado de parné...

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