Menú
Antonio Golmar

La nueva náusea

Autonomía y responsabilidad, esas son las dos únicas causas dignas de esfuerzo. Todo lo demás me parece puro ruido propagandístico, una diabólica sinfonía de música concreta engendradora de miedo y náusea.

Leyendo el prólogo de Jesús Silva-Herzog Márquez a la segunda edición de La actitud conservadora de Michael Oakeshott me topo con dos definiciones a mi juicio totalmente certeras sobre el pensador inglés. En 1996, Adam Gopnik, en un retrato publicado en The New Yorker (El hombre sin plan) decía de Oakeshott que era el conservador preferido por los liberales. Para Paul Franco el autor de La voz de la poesía en la conversación de la humanidad, una deliciosa reivindicación no sentimentalista del discurso sentimental que evoca el dramático encuentro de John Stuart Mill con la poesía, fue simplemente un liberal al que no le gustaban las últimas cuatro letras de la palabra liberalismo.

Gobierno restringido y limitado, no ensalzamiento de la política –ese espectáculo tan desagradable–, escepticismo, duda y sospecha y negación de cualquier idea de bien eterno, estas son las reglas básicas de una propuesta que a menudo nos coloca al borde del precipicio. Deja el pasado atrás y lánzate a la aventura, sólo tú puedes saber lo que merece la pena conservar. Una exhortación que en su primera lectura podría parecer nihilista debido a su eco nietzscheniano. Sin embargo, nada más lejos de la intención de su autor. Sólo el alma apocada del que vive girando la vista como una hiena asustada confunde vitalismo con destrucción.

La crítica de Oakeshott al racionalismo y a la superstición no se limita a los socialistas y a ciertos espíritus religiosos a los que casi nunca menciona por su nombre, sino también, y de forma en ocasiones nada sutil, a los miembros de la escuela liberal austriaca, a quienes considera cercanos al dogmatismo. Sin embargo, entre el conservador desconfiado y los optimistas del mercado libre existen importantes puntos de convergencia que vale la pena destacar.

En Burocracia (1949), una advertencia al pueblo norteamericano sobre el peligro que entraña el abandono voluntario de sus derechos al Estado central y al poder ejecutivo, Ludwig von Mises señala con acierto la incoherencia existente entre la división de poderes y la gestión burocrática de la economía y de otras actividades creativas. Al contrario que algunos de sus apologetas y críticos contemporáneos, Mises no defiende ningún tipo de soberanía empresarial, sino que sitúa al consumidor como el "capitán" que "dirige el rumbo de la nave". Por tanto, "el sistema capitalista de producción constituye una democracia económica en la que cada penique otorga un derecho a votar".

Además, "no afirmamos que los precios de mercado hayan de ser considerados como expresión de un valor perenne y absoluto. No existen cosas tales como valores absolutos, independientemente de las preferencias subjetivas de los hombres que se equivocan".

Así pues, tanto Oakeshott como Mises llegan a conclusiones parecidas, o al menos compatibles. No existen planes minuciosos anteriormente trazados ni una Arcadia perdida que debamos recuperar. Quizá lo único que nos quede es, como señaló Pascal, citado por Silva-Herzog, "actuar como si estuviésemos solos" e ir tentando el terreno a cada paso que damos. Así las cosas, el economicismo de Mises no es más que un farolillo con el que arrojar un poco de luz, un método que ni siquiera evita el resbalón y la caída. Cosa bien distinta es el ego desmesurado de su intercesor, pero esa es una cuestión secundaría que a menudo se toma por la principal.

La reunión del G-20 en Londres, triunfo momentáneo del burocratismo sobre la espontaneidad, y el reciente discurso de Sarah Palin, en el que sugería que la razón de la derrota de su partido en las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos se debía a la renuencia de sus asesores a rezar con ella, son expresiones de la misma desazón y la misma impotencia, idéntico estado de indigencia moral: la renuncia a la inteligencia en aras de la más cruda frivolidad, la entrega del ser a un no-ser tiránico e irresponsable.

Autonomía y responsabilidad, esas son las dos únicas causas dignas de esfuerzo. Todo lo demás me parece puro ruido propagandístico, una diabólica sinfonía de música concreta engendradora de miedo y náusea.

Oakeshott acabó sus días en una cabaña en medio del campo. En la India, la tradición exhorta a los hombres y a las mujeres a abandonar a su familia y retirarse al bosque cuando crean que han cumplido su dharma. No hacerlo puede conllevar la destrucción, por el apego, de aquello que se ha creado. Los lamas budistas aconsejan a sus discípulos hallar la paz interior en las grandes urbes de asfalto y neón. Existen muchos lugares para el silencio. Hay muchos senderos hacia la libertad. Basta con despejar el terreno.

En Sociedad

    0
    comentarios