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Antonio López Campillo

El regreso del principio de autoridad

Según algunos, atacar el principio de autoridad es uno de los comienzos de la ciencia. En la historia de la ciencia hay multitud de ejemplos de que esto fue así, aunque el más sonado fue el caso de Galileo. En lugar de ampararse en una autoridad reconocida, solían estos innovadores utilizar argumentos racionales, de hecho enfrentaban la autoridad con la razón. Desde hace siglos, los científicos de ciencias blandas o duras no recurren a una autoridad, y menos que a ninguna otra a la suya propia, para justificar su propuesta, les basta con exponer los razonamientos que les han llevado a la conclusión a la que han llegado.

Para corregir el error de un colega basta con un razonamiento que lo muestre con claridad. Este modo de proceder supone que el autor del artículo tiene la convicción que sus lectores son seres racionales capaces de comprender un razonamiento y que no hace falta apoyarse en una autoridad. Ni siquiera cuando el razonamiento es muy complejo y de difícil comprensión se recurre al principio de autoridad para hacerlo aceptable.

Por eso, el que sesenta antropólogos de 16 universidades firmen un manifiesto denunciando el contenido de un libro de otro antropólogo, no significa que el acusado ha cometido un error de tipo científico. Para ello hubiera bastado la firma de un antropólogo de una universidad, incluso la de un maestro de escuela rural, bastaba con razonar rectamente. Los que firman el manifiesto no tratan de sacar a la luz un error científico sino, simplemente, un delito de opinión. El autor del libro criticado no ha actuado de un modo "políticamente correcto". Sesenta antropólogos de 16 universidades se lo han recordado y al hacerlo, sin darse cuenta, han recurrido al principio de autoridad al firmar con su titulo científico. Al anunciar su titulación e indicar la universidad donde ejercen no hacen otra cosa que tratar de aumentar el peso de las razones por las que denuncian al otro antropólogo, y eso no es otra cosa que utilizar el principio de autoridad para reforzar un razonamiento.

"La verdad es la verdad, dígala Agamenon o su porquero…", el porquero no estaba convencido de eso fuese así. Sin duda los sesenta antropólogos de las 16 universidades sabían que lo enunciaban era una mera opinión, y no una verdad; por eso han querido arroparla con su autoridad académica.

No cabe duda que el escrito del otro antropólogo les ha escandalizado mucho y les ha conducido a esa demostración colectiva de autoridad. Escandalizar está condenado en el evangelio, precisamente en el de Lucas cap. 17, vers.2, donde dice "Mejor le fuera, si le pusiesen al cuello una piedra de molino, y le lanzasen al mar, que escandalizar a uno de estos pequeñitos".

El antropólogo "políticamente incorrecto" ha tenido suerte de que alguien no le pusiese una piedra al cuello y le lanzase al mar por escandalizar a estos sesenta antropólogos. Por suerte, la tolerancia aún se practica en este país.

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