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Antonio Robles

Fin del juicio de las plañideras

El juicio ha sido el retrato más fidedigno de lo que ha sido Cataluña en los últimos 40 años: ni una mala palabra ni una buena acción.

Las hazañas de los chicos de la gasolina catalana se han quedado en travesuras de los chicos de la gaseosa. Han resultado patéticas las alegaciones finales de los encausados por el golpe institucional contra el Estado. No sé si por la fatua y falsa defensa de la democracia, o por su patética negación de cualquier intento de rebelión contra el Estado. Lo que hacían en contraste con lo dicho.

Ahora resulta que el derecho de autodeterminación, el sonsonete de som i serem, la exigencia del dret a decidir, la hoja de ruta hacia la independencia, los referendos del 9-N y el 1-O, el mandato del pueblo de Cataluña, la Declaración Unilateral de Independencia (DUI) y demás aquelarres fueron una broma. Vamos, como en el chiste de Gila en que uno le espeta a la enfurecida mujer del boticario electrocutado por los mozos del pueblo como broma de bienvenida: "¡Pues no te digo yo con la tía guarra, que no sabe aguantar una broma!".

El juicio ha sido el retrato más fidedigno de lo que ha sido Cataluña en los últimos 40 años: ni una mala palabra ni una buena acción. Camuflaje, mentiras, victimismo, manipulación, clasismo, mala fe, supremacismo, perversión del lenguaje, pedagogía del odio… Quienes los hayan escuchado por primera vez están en riesgo de ser abducidos si se tragan su estomagante disonancia cognitiva.

Esta es la primera gran lección que nos ha regalado el juicio del procés. Mayor si cabe que su posible condena. Porque ya no hay tarea más urgente en España que desenmascarar el clasismo más reaccionario servido en aseadas lonchas democráticas.

Sus alegaciones finales ante el tribunal estuvieron presididas por el chantaje emocional, la intromisión en la separación de poderes, la insistencia en camuflar el delito en el diálogo político y el martirologio calculado como carnaza para seguir con la murga en tribunales europeos.

Algunas perlas:

– Jordi Turull, el empecinado: "Yo soy independentista, lo soy y lo seré". Y yo soy agnóstico y no por eso puedo declarar una república por mi cuenta ni a las bravas. Citó a Sócrates: "Es preferible sufrir la injusticia que padecerla". Pero se olvidó añadir que Sócrates prefirió morir –pudiendo escapar de su condena a muerte– antes que "violar las leyes de la polis"; porque para Sócrates ley y justicia eran lo mismo.

– Jordi Sánchez, el de la Crida: "El dolor ha sido socializado" en Cataluña. Sí, lo sabemos desde que ETA decidió en 1995 extender sus asesinatos de policías y militares a políticos y ciudadanos en general, para "socializar el sufrimiento".

– Josep Rull, el más listo de la clase: "No existen cárceles para encerrar el anhelo de libertad de un pueblo. Después de nosotros vendrán más". Es enfermiza esa tendencia a huir de la realidad para crear frases para la historia. Viven de ello.

– Raül Romeva, la misma amenaza pero en chusco: "Sean conscientes de que en este banquillo no estamos sentados sólo 12 personas, estamos sentados más de dos millones". Un crimen no depende del número.

– Jordi Cuixart, el iluminado: "No hay ningún tipo de arrepentimiento, porque lo que hice, lo volvería a hacer". Lo sabemos, como sabemos que su épica de pacotilla busca convertir el procés en "un altavoz" para seguir ordeñando la pena. El tonto siempre es peor que el malo.

– Carmen Forcadell, con cara de desquiciada y mirada paranoica, solo logró mostrar cómo deben ser los delatores de los propios compañeros en circunstancias adversas.

– A Junqueras lo dejamos en paz a ver si nos deja él a nosotros.

Cuando a un niño se le permite hacer lo que le viene en gana, se le está convirtiendo en un déspota. Inconsciente de esa perversa educación sentimental, cree que el resto del mundo está a su servicio. En Cataluña llevamos 40 años sin aplicar la ley. No es extraño que toda una generación madura patalee convencida de que papá Estado la maltrata.

¡Dios, qué patéticos serían si tuviéramos políticos de Estado!

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