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Antonio Robles

Hipnosis y terrorismo islámico

El siglo de las luces libró a Occidente de buena parte de sus supersticiones. Las sociedades islámicas han de recorrer el mismo camino.

Ayer se estrenó un nuevo programa de entretenimiento en Antena-3 TV. El objetivo de "1, 2, 3 Hipnotízame" es crear situaciones cómicas con personajes famosos y personas anónimas del público del plató bajo los efectos de la hipnosis. El crítico de La Vanguardia, Guillén Martín finalizaba su reportaje sobre lo acontecido ayer con la duda de si todo lo que se vio ayer en televisión fue un montaje.

Suele ser la actitud razonable de quienes desconocen la técnica de la hipnosis. Aceptar que otro se apodere de tu mente y te convierta en su marioneta es increíble. Pero real, completamente real. Todo lo que se vio ayer en el plató podría ser un montaje, pero sería estúpido para el espectáculo hacer teatro cuando tienes al alcance hacerlo auténtico. Sólo la inmediatez entre la inducción y su eficacia es falsa, no su logro. Es evidente, que para inducir a alguien a la hipnosis se necesita un tiempo mayor para manipularlo mediante técnicas de sugestión inicialmente aburridas para un programa de TV. Por eso, a los protagonistas se les suele trabajar antes, dejándoles estímulos posthipnóticos que a la hora del programa pueda activar el sofrólogo para lograr el efecto inmediato. La espectacularidad para el espectador es mayor y la sugestión colectiva aumenta la eficacia de la técnica por contagio.

Es una lástima que una técnica científica como la sofrología que se utiliza en muchos campos de la medicina, de la psicología etc. siga arrastrándose después de siglos por el barro de la superstición, cuando podría servir para explicar y advertirnos sobre la debilidad de la mente humana y el riesgo de ser manipulada.

Quienes vieran el programa y contemplaran por primera vez a qué queda reducido un ciudadano libre después de ser inducido a la sugestión hipnótica, deben sentir la misma perplejidad que ante las causas que llevan a un yihadista a inmolarse en nombre de Alá.

Sé que la comparación entre la frivolidad de un programa de prime time y la tragedia provocada por unos descerebrados emponzoñados de odio puede parecer forzada. Pero no lo es en absoluto. El mecanismo de fondo que lleva a unos cuantos famosos a hacer el ridículo por dinero y el que lleva a los otros a inmolarse para matar, está adobado con la misma materia: la capacidad sentimental del cerebro humano y su tendencia a ser sugestionada. Inhibir los mecanismos racionales y activar los emocionales es la llave que lleva al sofrólogo a controlar sus mentes; exactamente el mismo mecanismo que se activa en circunstancias fanatizadas por todo tipo de ideologías, religiones o cualquier otro ideal y superstición humanos. Las madrazas islámicas donde se enseña a los niños el Corán por repetición compulsiva de sus párrafos y acompañada de movimientos del torso arrodillados como si estuvieran rezando es una vulgar técnica de sugestión hipnótica. Aunque sus responsables no lo sepan. Si sumamos a ello la exclusión de otros conocimientos para focalizar sus mentes hacia la voluntad de Alá, tendremos la causa de su fanatismo, es decir, la tendencia irracional hacia la sacralización de algo.

Evidentemente, la sugestión ni explica ni es causa de las innumerables causas materiales, humillaciones históricas, rivalidades geoestratégicas, control de las riquezas petroleras, exclusiones y recelos culturales económicos y sociales, odios y resentimientos arrastrados por generaciones y tantas otras circunstancias que separaran a las sociedades y las culturas, pero sin la intoxicación de las emociones y su control, ninguna de esas causas explicarían por sí mismas por qué una persona normal se inmola en nombre de una quimera.

El siglo de las luces nos libró de buena parte de las supersticiones que llevaron a Occidente a cometer crímenes de parecido calado religioso. La escuela, la razón, la tolerancia, la democracia, el laicismo sirven a ese fin. Las sociedades islámicas han de recorrer el mismo camino para sacar el fanatismo de sus entrañas. Ellas han de hacer el mayor esfuerzo, entre otras cosas, porque ellas lo sufren más que nadie.

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