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Antonio Robles

La Constitución de Cataluña

Comprobamos día tras día que las palabras no se corresponden con los hechos. No es la hora de los catalanes, como dicen en carteles y en mentiras, una vez más es la hora de la nación y de la identidad.

Se coge antes a un mentiroso que a un cojo. Todo el esfuerzo del equipo de Montilla por vestirle de faralay para que pueda volver a engatusar al mundo de la inmigración se lo ha echado por tierra Maragall en el pueblo más pequeño de Cataluña con el Estatuto más xenófobo de la historia.

"Cataluña, la nación catalana, cuenta con un Estatuto que le confiere la máxima soberanía posible en Europa". "El Estado aquí queda prácticamente residual". "Cataluña puede hacer lo que quiera", "y lo haremos". Con estos excesos Maragall pone en marcha la maquinaría legal del Estatuto y dibuja los peores augurios de quienes en España hemos visto al Estatuto como una oportunidad para el chalaneo, la insolidaridad entre territorios y posiblemente una fuente de conflicto más que un pacto de soluciones. Habla de soberanía con la frivolidad de un irresponsable siendo, como es, presidente de la Generalitat de Cataluña. Ha olvidado que él también es Estado como lo es la institución que representa. La soberanía de España descansa en el conjunto de los ciudadanos españoles y no se trocea o se vende por fascículos y provincias, a voluntad. Así lo declara la Constitución y así será mientras dos tercios del Parlamento no digan lo contrario.

Quizás la emoción de la puesta en marcha del Estatuto le haya acalorado el ánimo y desatado la lengua. Quizás. O quizás sólo sea lo que siempre hemos sospechado, la trastienda nacionalista al descubierto por la imprudencia de un hipócrita deslenguado.

Dice Maragall que Cataluña "es, de todos los territorios de Europa que no son estados, el que más se parece a un Estado" porque "puede hacer lo quiera en este momento". Lo que quiera, incluso decir que el Estatuto es la "Constitución de Cataluña". Y Zapatero riéndole las gracias. Bueno a él y a quien se le ponga a tiro. De hecho, siempre me ha intrigado qué postura o sonrisa hubiera dispuesto ante la agresividad de Adolf en los años previos a la Segunda Guerra mundial.

Bueno, a lo que iba. Maragall es el síntoma de una sociología política catalana con el juicio distorsionado por esta borrachera nacionalista. No es sólo él, el alucinógeno corre de izquierda a derecha hasta alcanzar al mismo Piqué y a su PP de cartón piedra.

Mientras tanto, Pepe Montilla, su compañero de partido que se presenta a la Presidencia que sustenta él ahora, se deja la salud en ocultar el discurso identitario para ocuparse de los catalanes de carne y hueso. Tan atareado está en semejante embuste que no se ha dado cuenta que las disposiciones lingüísticas del Ayuntamiento de Cornellá, donde ha sido alcalde toda la vida, no dejan resquicio alguno al castellano, mientras en su campaña a las elecciones autonómicas vuelve a aparecer este maltratado idioma.

En un caso y en otro, se reflejan las verdaderas intenciones del PSC y desmienten el lema su campaña. Comprobamos día tras día que las palabras no se corresponden con los hechos. No es la hora de los catalanes, como dicen en carteles y en mentiras, una vez más es la hora de la nación y de la identidad. Montilla no, porque no puede, pero Maragall lo ha vuelvo a dejar claro. O sea, que el que se engañe una vez más no será porque no tiene pruebas.

Sólo una duda cognitiva, puede que una explicación o una disculpa: Maragall dice lo que Montilla oculta. Ninguno de los dos dice la verdad. Uno pretende pasar a la historia, otro desea entrar en ella. Para pasar a ella hay que pulir en granito lo que sólo es viento y polvo, para entrar en ella hay que diluir en polvo y viento la dureza de principios y valores. A uno lo echan, al otro no lo quieren dejar entrar. Algún exceso deben poner en sus empeños para alcanzar sus fines.

Mientras tanto, los ciudadanos de calle trabajan, sienten, viven y quieren, pasan penurias, se atan los machos, pagan hipotecas, sufren y mueren. Qué ridículo queda todo si se mira con perspectiva.

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