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Antonio Robles

La liturgia de las banderas

La escenificación del baile de las banderas en el Palacio de la Generalidad puede haber servido para que el resto de España comprenda de qué va la estrategia nacionalista.

La escenificación del baile de las banderas en el Palacio de la Generalidad puede haber servido para que el resto de España comprenda de qué van la estrategia nacionalista y sus objetivos. Ya que no los puede imponer por la fuerza, ni tiene mayoría para hacerlo por ley, los está cultivando para lograr una mayoría demográfica afecta a la secesión. Y para eso, antes debe vaciar Cataluña de todo lazo afectivo y simbólico con España. "Sin prisa, sin pausa y sin plazos", frase de Pedro Sánchez de ayer que paradójicamente define la estrategia de sus interlocutores. Entre trileros anda el juego.

La generación progre de la Transición desdeñó el valor simbólico de la bandera española, y en muchos casos lo despreció. La versión más tóxica la dio no hace tanto tiempo Pablo Iglesias con el himno: "Cutre pachanga fachosa". Las consecuencias están a la vista.

No se dejen enredar por las escaramuzas interminables del día a día. Esto de la mesa de diálogo y sus interminables refriegas de falsos problemas sólo sirven para entretener al personal y asegurar sus cargos, mientras detrás de ellas se macera lentamente el objetivo final del nacionalismo. No importa cuánto se tarde, con estas pendejadas tienen al rebaño entretenido, controlan el relato y conservan el poder. Incluso las derrotas les sirven como combustible para reforzar los lazos afectivos de una nación oprimida en su travesía a la tierra prometida. A veces uno tiene la sensación de asistir a una telenovela insufriblemente empalagosa protagonizada por actores de medio pelo.

No, no fue una anécdota retirar la bandera española antes de la rueda de prensa del presidente de la Generalidad. Fue la escenificación de dos evidencias: la pérdida de respeto al Estado y la voluntad de plasmarlo para uso doméstico. Es la metáfora del borrado sistemático de todo rasgo cultural, lingüístico, histórico y simbólico de España en Cataluña. Y una pavada para envalentonar a la tropa más entusiasta. La última andanada de esa limpieza histórica ha sido eliminar de Barcelona la calle Reyes Católicos.

Puede que a un español de Sevilla o de Santander sólo le parezca una niñería, una bobada. Pero es la viga maestra del vaciado emocional de España en todos los ámbitos de la vida social. El adoctrinamiento escolar no es sino el crisol donde comenzó ese objetivo, con el fin de que un buen día las nuevas generaciones se sintieran extrañas ante esos símbolos y acabaran por percibirlos como enemigos.

Esas generaciones de la Transición del 78 que arriaron la bandera española por confundirla con Franco comprueban ahora que las banderas no son trapos, sino símbolos, detrás de los cuales puede estar la garantía de tus derechos. Esto lo vio a fuerza de necesidad Fernando Savater en el País Vasco hace muchos años: "Allí donde veo ondear una bandera española, sé que tengo garantizados mis derechos".

Este miércoles, tras la mesa de negociación, Pedro Sánchez declaró: "Las imágenes son importantes desde un punto de vista político". Tiene cuajo.

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