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Antonio Robles

"Las promesas se las lleva el volcán"

Hay que socorrer inmediatamente a los habitantes de La Palma.

Todos hemos pasado por una adolescencia intelectual que las decepciones de la experiencia acaban por recordar con ternura. En el sentido más condescendiente del término.

En los años setenta, Recuerdos del futuro y Regreso a las estrellas, de Erich von Däniken, me incendiaron la imaginación de inteligencias extraterrestres que habrían sido la causa de la tecnología humana. Ternura, ya digo, que duró un año escaso, pero me llevó a leer más tarde a divulgadores científicos serios como Paul Davies. Otros mundos. Espacio, superespacio y el universo cuántico. Fue la ventana que me abrió a otros autores y teorías astrofísicas fascinantes. Ante la abrumadora dimensión del espacio, todo parecía anecdótico.

Desde entonces, siempre me pareció una pasión inútil y una estupidez humana incurable aferrarse a las pequeñas ambiciones de la vida, a sus rencillas, incluso a las grandes obras de la creación. Si nos comparamos como especie con la historia del universo, sólo somos una pequeña cerilla encendida en mitad de la noche. Un instante nada más. ¡Pero a ver quién se para a sacar consecuencias en mitad del griterío de este mundanal ruido!

A pesar de nuestra ceguera, la existencia de ese universo ciego, sordo y mudo nos recuerda de vez en cuando que todas nuestras cuitas son intrascendentes. El volcán de La Palma nos lo acaba de mostrar. Aunque si nos atenemos a Berkeley ("el ser consiste en pensar y ser pensado"), nos podría llevar a darle la vuelta: ¿existiría el universo si no hubiera conciencia alguna que lo pensara?

No todo es en vano, estos días de impotencia ante la fuerza de la naturaleza, el rugido del volcán nos ha dado la oportunidad de luchar unidos contra la devastación en lugar de enredarnos en buscar culpables. Hasta en eso el universo impide marrullerías humanas. Una lección que habríamos de aprender.

Cuando las cámaras abandonen la isla y la burocracia, el abandono y las promesas incumplidas llenen la desolación que dejarán, yo me quedaré con las palabras de Jorge, un hombre sensato que hoy ha dicho ante las cámaras de Antena 3 lo que el ruido del volcán no debería borrar. A los medios de comunicación: "No nos traten como actores de sus melodramas, nosotros tenemos ya un drama importante". Directo a la "telebasura". A los políticos: "Por favor, no añadan decepción a una tragedia; no hagan promesas, hagan cosas. Tanto los que quieren llegar, como los que están ahora". A todos los españoles: "La solidaridad, igual que el caminar, se demuestra andando. Que vengan a La Palma a ver la Isla Bonita".

Se le veía muy quemado con los políticos. No me extraña. El propio presidente del Gobierno, que fue incapaz de visitar un solo hospital, morgue o residencia de ancianos en plena pandemia, es el mismo que este viernes ya habrá pasado dos veces por la isla repartiendo promesas. De la primera tragedia sólo podía dejar imágenes de su responsabilidad; de la segunda –de la que nadie le puede culpar– quiere dejar un álbum. Esa falta de escrúpulos la engullirá la inflamación del Sol dentro de cinco mil millones de años para acabar convertida en una enana blanca después de haberse zampado la Tierra. Que le quiten lo bailado para entonces. Así de inútil es toda pasión humana. Aunque Pascal nos de una versión más optimista en sus Pensamientos:

El hombre es una caña, la más débil de la naturaleza, pero es una caña pensante. No hace falta que el universo entero se arme para aplastarla; un vapor, una gota de agua bastan para matarla. Pero aun cuando el universo lo aplastara, el hombre sería todavía más noble que lo que lo mata, puesto que sabe que muere y el poder que tiene el universo sobre él lo desconoce.

A todos los desahuciados por el volcán se les debe devolver toda su vida inmediatamente. Si el Estado, la Patria tienen sentido, es para casos como éste.

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