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Antonio Robles

"Los nacionalistas nunca mienten"

Hay algo en este suicidio nacional por etapas digno de resaltar: la inocencia perdida de España ante las buenas intenciones del catalanismo.

Y Sánchez culminó su traición. El mal ya está hecho. El nacionalismo ha logrado el mayor triunfo de su historia, la legitimación de su relato, el reconocimiento de que fueron injustamente tratados por el Estado, y arbitrariamente encarcelados por sus tribunales de justicia. Reagrupan a su rebaño, internacionalizan su victimismo y deprimen y desactivan a la Resistencia en Cataluña. Para quien aún no se había dado cuenta del alcance del fraude, sólo ha de sentarse ante el televisor y empaparse de la euforia sediciosa de los presos indultados al salir de la cárcel. Ni rastro de gratitud, ni una pizca de reconocimiento de la ilegalidad llevada a cabo; muy al contrario, un rosario de bravuconadas y pulsos al Estado impropios de quienes exigen diálogo y venden santones de la no violencia en nombre de la democracia y la libertad. Nada volverá a ser como antes. El presidente acaba de abrir la caja de Pandora. Y no sospecha cuánto.

Afortunadamente, ya nadie es indiferente. Mal que le pese a Pedro I el Magnánimo. No todo iba a salir mal.

Hay algo en este suicidio nacional fraccionado por etapas digno de resaltar: la inocencia perdida de España ante las buenas intenciones del catalanismo. Décadas de exclusión lingüística y otras amputaciones a la nación fueron incapaces de provocar recelos en el resto de los españoles, pero la arrogancia televisada de presos y gobernantes indepes ante los indultos lo ha logrado. Y no es cuestión menor, como nunca lo es el descubrimiento de la enfermedad para poder atajarla. Dicho de otro modo, buena parte de la ciudadanía española ha tomado conciencia del riesgo.

El problema nacionalista siempre fue la indolencia, cuando no el complejo del resto de los españoles ante el contrabando de su relato. Primero amagado, ahora a las claras. La última constatación, el informe de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa tomando por real lo que sólo ha sido propaganda adobada durante años y nunca contrarrestada por el Estado español (al menos el CGPJ la ha rebatido inmediatamente). Y la solución, si la hubiere, habrá de ser pedagógica, pacientemente pedagógica, dentro y fuera de nuestras fronteras. Y la aplicación de la ley a rajatabla. Una tarea de años, de décadas. Ya nada será fácil ni natural, hay dos generaciones sugestionadas por un mundo formado a imagen y semejanza de los "políticos presos", generaciones con síndrome colonial inoculado por un entorno mediático, político y educativo omnipresente. Es todo su mundo. Tomar conciencia de ese problema es imprescindible para intentar neutralizarlo. No es cuestión de preguntarse qué hay que hacer, es cuestión de deshacer lo que nunca se debió permitir.

Hemos hecho tan mal las cosas desde el Estado que hasta el propio jefe de la oposición, cegado por subrayar las mentiras de Pedro Sánchez, enfatizaba en Onda Cero: "Los nacionalistas nunca mienten". No se deje enredar, don Pablo, no han hecho otra cosa en su vida.

Nunca han dejado de mentir, de forma muy simulada las tres primeras décadas, abiertamente en los diez últimos años. Sólo que ahora la verdad como amenaza les es más rentable. Arrebatada la posición al Estado, la arenga es más adecuada para envalentonar a los propios y amedrentar a los refractarios. ¿O de dónde creen que salen esas generaciones convencidas de estar combatiendo a un Estado opresor? Reparen en el talibanismo de Laura Borràs, Jordi Puignerò o Pere Aragonès, la última hornada del poder en Cataluña, convencida del expolio fiscal y el genocidio cultural llevados a cabo por la "puta España". De las mentiras acumuladas durante cuatro décadas, que el Estado nunca neutralizó.

¡Ojo! Marco Aurelio, Narciso, Pedro o como te llames, recuerda que eres mortal. Se lo recordó su socio preferido Oriol Junqueras por boca de ganso. Al menos así me sonó a mi la advertencia: "¿Es valentía o necesidad?". ¡Qué choteo!

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