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Antonio Robles

Pío Moa y Pa Negre

No somos esclavos de nuestra ascendencia, sino guías de nuestra voluntad y dignidad. Hasta en eso, mire usted por dónde, la película es contraria a las cadenas de la identidad tan supuesta en un director nacionalista.

En 1994, con ocasión de una las presentaciones del Manifiesto por la Tolerancia, "En castellano también, por favor" en Santa Coloma (Barcelona), Joan Tudela nos descalificó a los firmantes como "fachas". Le abordé y le invité a leerlo para que se diera cuenta de su impertinencia creyendo, ingenuo de mí, que su error provenía de no haberlo leído. Me espetó con autosuficiencia: "No necesito leerlo para saber que es un panfleto facha".

He vuelto a sentir la misma desazón ante el rechazo de Pio Moa de la película Pa Negre y su negativa a verla, y como en el caso del catalanista, no ha tenido ningún escrúpulo para desautorizarla.

Ya que he tenido el dudoso honor de ser causa y parte de su rechazo a verla, me obliga a volver a ella, esta vez sí, para mostrarle a él y a todos los que, yendo aún más lejos que él en sus comentarios, rechazan Pa Negre por el mero hecho de ser dirigida por un director titiritero (en este contexto, dígase de aquel que vive de la subvención, del discurso oficial de la izquierda, y es además gay e independentista y, por ende, enemigo de España).

Siento disentir. Pa Negre –me reafirmo aún más después de volverla a ver para cerciorarme de que no omití percepciones que me llevaran en el primer artículo a error– es una obra universal que está ubicada en la postguerra pero podría perfectamente prescindir de ella; porque no fue necesaria la guerra para desatar el horror subsiguiente. Éste ya existía implícito en el mismo solar ibérico y rural. El mérito de la película estriba en que la ideología del sicario es una mera tapadera que oculta su verdadera condición de asesino. Y por ello es ejecutado. No por rojo, o sólo por rojo, sino por vulgar criminal. Eso sí, con ideales...

El director tiene el mérito de situarse ante la narración, ajeno a los "valores" imperantes en los lugares comunes de la cinematografía que usted critica. Por vez primera, un realizador catalán tiene el arrojo de unir en el horror su paisanaje con el común de sus conciudadanos españoles. No sé si ha sido política la intención, pero en cualquier caso lo imbrica en el cainismo de la España rural, objeto de atención temática por no pocos escritores finiseculares del XIX. Ha eliminado ese hiato convenido torticeramente, repetido hasta la náusea, por el que la Cataluña rural aparecía ajena y lejana a la barbarie de "los otros", los españoles. Ha hecho añicos el solipsismo diferenciador. ¿Dónde queda la "dolça Catalunya"? ¿Dónde su territorio a merced de un conflicto ajeno, español para más señas?

Ello me ha hecho recordar las palabras de Max Estrella en Luces de bohemia. Se las dirige en la escena VI a un anarquista catalán: "Los ricos y los pobres, la barbarie ibérica es unánime". Una mirada muy en el Goya de sus Desastres de la guerra.

Lo narrado en el texto de Teixidor –sobre el que se basa el guión de la película– podría haber estado contextualizado en cualquier otro ámbito de la España profunda. Porque la Cataluña rural, en esos años, se anega en la misma siniestra profundidad. Es la misma España, más allá de la circunstancialidad ideológica. Repase La Familia de Pascual Duarte de Cela y "observe la sombra de caín" en el Antonio Machado de Campos de Castilla: "Abunda el hombre malo del campo y de la aldea, capaz de insanos vicios y crímenes bestiales, que bajo el pardo sayo esconde un alma fea, esclava de los siete pecados capitales. (...) son tierras para el águila, (...) por donde cruza errante la sombra de Caín".

Esa posguerra que usted detesta de los biógrafos "progres" y que tantos méritos destaca de los vencedores es una atmósfera imprecisa, mera disculpa para contextualizar personajes siniestros y pequeños en sus mezquinas vidas sin grandeza moral ni sencillez humana. Lo de menos es la ideología o las razones de los contendientes. No busque, Don Pío, juicios políticos, solo encontrará adultos oprimidos por sus propias equivocaciones y niños que habrán de salvarse solos ante ese mundo inservible que le han dejado los mayores. Hasta en eso la película es personal. La aparente crueldad del niño en el internado, al final de la película, felizmente desclasado, liberado del horror familiar en un marco de orden, es un canto a la valentía moral y a la libertad humana. No somos esclavos de nuestra ascendencia, sino guías de nuestra voluntad y dignidad. Hasta en eso, mire usted por dónde, la película es contraria a las cadenas de la identidad tan supuesta en un director nacionalista.

En una cosa tiene usted razón: la posguerra no tiene por qué ser necesariamente degradante. De hecho, es en las situaciones límite –en las que el mal se ha apoderado de todo– donde surge lo peor y lo mejor del ser humano. En ellas se fraguan odios y también grandes amistades, los que el tiempo sólo puede reforzar. El mal nos envilece, pero también nos ennoblece. La película no iba de eso, sino de su fracaso. Y en todo caso, sólo es una mirada. La que ha querido plasmar su director. En eso consiste la libertad creativa.

Con todos los respetos, sin embargo, no es razonable aceptar como criterio el pre-juicio, el juicio hecho. Su negativa a visionar la película es la esencia de la España cainita, del escapulario y la inquisición, de cualquier inquisición, roja o azul. Las verdades así no dependen de la ciencia ni la razón, sino de la creencia, sea ésta de la fe o de la checa.

Negarse a salir de la propia caverna invalida cualquier opinión, a cualquiera. Advertidos de la imposibilidad de la objetividad, lo que no podemos es renunciar a contrastar, a saber, a otorgar el privilegio de la duda. Porque, si no, la simple búsqueda de la verdad es sospechosa y el sospechoso, culpable; el culpable, despreciable, y por ende, lo que afirma o sostiene. Falacia ad hominem.

Es curioso que ninguna de las críticas repare en la única crítica razonable que merece, no la película, sino el catalanismo animalista. Ni una sola objeción a la brutalidad del mazazo en la testuz y al ensañamiento de la cámara recogiendo con extraordinaria maestría el despeñamiento de caballo y carro. A menos de un año de la prohibición de las corridas de toros por el Parlamento de Cataluña, extraña el silencio de los defensores de los derechos de los animales a no ser maltratados, vejados o asesinados para goce estético de los hombres. Y contrasta con el unánime regocijo por la gesta "nacional" de los nueve Goyas.

Es tan real, está tan bien realizada la escena, que si el caballo fuera virtual y no real, sólo me quedaría rendirme ante una escena grandiosa. Y pedir disculpas.

Quede usted con Dios, Don Pío Moa. Espero no haberle ofendido y sí convencido para que se anime a ver la película y esperar su crítica documentada. Con otras palabras, pero con el mismo contenido, le contesté al repartidor de certificados de "fachas" por aquel lejano 1994.

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